A
muchos les resulta una gran ofensa que les llamen “aburridos”. Y en general
procuramos no serlo en un afán por entretener a los demás, al punto de
perdernos o traicionar alguna realidad fundamental de nosotros mismos.
Prácticamente llegamos a negar nuestro sentir a cambio de que jamás se nos
perciba como aburridos. Lo peor del caso, es que de todos modos no lograremos
ser tan entretenidos, audaces, intrigantes, obscenos como la avidez por el
entretenimiento exige.
No
es solo un patrón de conducta, donde elaboramos modos de vida y formas de
interactuar que eviten que se nos considere “aburridos” por una fracción de un
solo segundo. Sino que incluso pareciese que elaboramos discursos y tretas en
nuestras cabezas para mantenernos entretenidos con alguna trama sobre quiénes
somos. Brotan intrigas y todo tipo de catástrofes en el tren de nuestro
pensamiento, con tal de no estar, sencillamente, con lo que sea que sí esté
sucediendo.
¿Porqué
tal pánico ante el aburrimiento? ¿Será que tememos que la quietud sea lo mismo
que la muerte? ¿Será una angustia a desaparecer si no existen estos puntos de
referencia tan dramáticos para el Yo? Pareciese que fuese una suerte de pecado
posmoderno eso de aburrirse. Como si el nuevo superego ahora demanda: ¡no debes
aburrirte jamás! (Aunque hay que admitir cierta sabiduría en el asunto, porque
sí hay cosas que nomás son insípidas, y no más).
Chogyam
Trungpa, en su libro ‘El Mito de la Libertad’, elucida un poco sobre el
aburrimiento en relación a la práctica de la meditación y la vida diaria. Habla
sobre las formas que adopta el aburrimiento. Una de ellas como una ansiedad existencial
que exige entretenimiento constante—me recuerda a las letras de ‘Smells like
Teen Spirit’ de Nirvana: Here we are now,
entertain us—. La segunda forma del aburrimiento es una suerte de agresión
contra lo que vivimos, un constante reclamo, ante una completa falta de
aceptación de la situación. Y no se trata de resignarse, claro; pero incluso
cambiar una situación requiere primero su aceptación tal cual.
Finalmente
habla de una forma de aburrimiento que él asocia con la práctica de la
meditación. Lo denomina “aburrimiento cool”, y lo considera algo completamente
refrescante. Meditar mucho y seguido, en efecto resulta muy aburrido, o acaso
extraño a ratos. No pasa nada. No hay luces o canalizaciones o efectos
especiales. Solo estás tú y tu mente tal y como va, sin aditivos. Así comienza
también a surgir un aburrimiento ante los reiterativos ciclos de pensamiento de
la mente, y todas sus jugosas tramas para involucrarse. Así, al cultivarse el
aburrimiento ante el sufrimiento y sus causas, comienza a ser posible la
libertad. ¿Quién diría que el aburrimiento, y no la verdad, nos hará libres?