lunes, 28 de febrero de 2011

un trago de incertidumbre

...un breve análisis del escándalo sobre las bebidas adulteradas y la presidencia nacional...


Siempre recuerden que yo he tomado más del alcohol de lo que el alcohol ha tomado de mí.
- Winston Churchill


Yo no sé si el presidente es un borracho o no. No me consta que lo sea, tanto como no me consta que no lo sea. Digo, no paso las 24 horas del día a su lado, ni tengo intención de hacerlo. Winston Churchill sí era un borracho declarado, tanto como el Ayatollah Khomeini se supone no come ni una probadita de pastel envinado. Y quizás, con todo y unos whiskeys encima, Churchill sería un mejor presidente que el que ahora dirige a nuestra nación (sea lo que sea que eso signifique hoy en día). A lo que voy es que el que tome o no tome no es un buen indicador de su criterio ejecutivo y legislativo. Aunque puede que su gusto por alguna bebida en específico revele algo sobre su carácter, como una suerte de correspondencia estético-etílica de su personalidad. Como en el caso de Benjamín Franklin, quien decía que la cerveza era evidencia contundente del amor de un dios. El que el presidente se eche un tragos (o no) puede que arroje dudas sobre su capacidad para conducir maquinaria pesada. Pero definir sus aptitudes para cumplir con sus labores basado en esto, es como decir que Mel Gibson es antisemita por ser alcohólico (o viceversa).

Si el preciso es (o no) alcohólico, teporocho, borrachín o bebedor social (categorías muy distintas entre sí) puede, en efecto, que sea una cuestión de seguridad nacional. Pero denunciarlo en una manta en la cámara de diputados es una cuestión de otra índole completamente. Es decir, si en verdad tuviese el C. Presidente un problema con la bebida, se me ocurren pocas tácticas tan poco efectivas para tratar su condición. Es más bien un afán por exhibir-lo, y así exhibir-se como relativamente superiores (aunque no es del todo claro --ni siquiera para ellos, creo-- para los ojos de quién, o de qué tipo de superioridad se trata).


Exhibir, burlar, parodiar e incluso caricaturizar son parte fundamental de un país con libertades de expresión saludables. De un Estado y de medios donde los criterios y sucesos se cuestionan sin trabas y a rigor ante el ojo público, y con la retroalimentación de una voz informada. Pero incluso para hacer esto se requiere de humor, algo muy distinto a la saña --tanto como la ironía y el sarcasmo no son, de modo alguno, lo mismo. Es decir, es una tarea para un buen comediante y no para un miembro de la cámara de diputados --salvo que también sea un buen comediante y se encuentre en el respectivo foro--.

Esto trae a mente el Correspondent's Dinner que se hace cada año en la Casa Blanca en los EE.UU., donde el presidente se reúne con miembros de la prensa, en especial comediantes, y uno de ellos es asignado a mofarse de él cara a cara (cosa que no ha bastado para detener la invasión de medio oriente ni ha mejorado su economía, pero eso es un tema aparte). Aunque los medios nacionales están llenos de ingeniosas opiniones, desaprobaciones y las geniales caricaturas políticas que desde tiempos inmemoriales alumbran nuestros periódicos, aún falta que se respalden y propicien comediantes intelectuales con sátiras políticas afiladas de la talla de Stephen Colbert. Pero podemos preguntarle a Ríus qué tal lo trató el sexenio en cuestión en respuesta a sus Supermachos...

Lo que sí es importante notar e indagar es la condición en que se encuentra la libertad de expresión en nuestro país. Quizás si los medios y comediantes pudiesen hablar sin trabas, y con información clara de por medio, no habría tales espectáculos en la cámara de diputados. Quizás si el shock no fuese la lógica dominante del mercado mediático; quizás si hubiese más labor informativa y menos oportunismo sensacionalista… El nudo sintomático en este caso es sobre la libertad de expresión y la calidad y tono de la información, más no sobre si deben instalarse alcoholímetros a la entrada de los baños en la residencia oficial de los pinos (¡hic!).

Lo increíble del efecto de los supuestos dilemas morales y todo su aura de escándalo, es lo eficaces que resultan para evadir el problema de fondo. Un supuesto dilema moral sacude y volatiliza, pero mantiene intacto el Status Quo. ¿Habrá más bien una histórica relación entre el alcohol y el poder en México? Nuestra vida en sociedad requiere de miles de gestos vacíos para continuar permitiendo la ilusión de que tenemos algún tipo de realidad en común. La indignación moral, aunque una trama en apariencia muy sólida, es poco más que una coartada. ¿Será que lo prohibido no es renegar de la supuesta hipocresía, sino enunciar la incertidumbre misma que tanto intentamos encubrir?

En este caso, quienes tienen el deber (por convicción propia, y vaya que nos cobran por ello) de laborar arduamente en pro de mejores condiciones de vida y oportunidades para los habitantes de sus distritos, decidieron mejor escandalizar (para variar) con una manta sobre las supuestas copas del preciso. Están en todo su derecho, eso que ni qué, (y hasta pueden debatirlo posteriormente con unos chupes en el bar de algún costoso hotel...). Pero, una manta en la cámara de diputados, no es ni el modo, ni el lugar, ni el momento para hacerlo; si fuese una condición seria, sólo la trivializan. Lo único que logran es evadir el problema. ¿Entonces por qué motivo lo hacen? Y tendría que rematar preguntando: ¿por qué diablos hacemos, día tras día, lo que cada uno hacemos?

Es decir, que si en efecto Felipe Calderón tuviese un problema con su manera de beber (que reitero, no tengo certeza alguna al respecto), lo han vuelto un escándalo moral y no un requisito médico. Pero más aún, lo único que lograron fue mitificar el tema a tal grado que, si fuese necesario, ya no puede tratarse. Así como sigue siendo intratable, gracias a la exacerbada retórica de la indignación, el tema de la libertad de expresión. En efecto, se trata de un problema de adicción, en su etimología original: a-dicción (falta de expresión). ¿Será que en realidad lo que desean es mantener, en esa figura que soporta el reclamo de sus mantas, intacto el símbolo de la autoridad que da sentido a sus vidas? Sencillamente no lo sé.


jueves, 17 de febrero de 2011

el medio es los masajes

el texto original del artículo recién publicado en el Milenio Semanal... un punto de partida para reflexionar sobre la economía libidinal nacional...



EDECAN T.V. *CUERPAZO INCREIBLE* FANTASÍAS, se lee bajo el retrato de una rubia en la sección de Clasificados Adultos, en un periódico de circulación nacional. Ahí, rondando esta icónica imagen de una güera con el rostro borrado, están dispuestos los elementos de uno de los tantos nudos de esta cultura: la T.V., la información, y el sexo. Dichos elementos se vieron recientemente enlazados en el quesque-debate torno al estatus moral de la publicación de tal oferta de servicios. Pero, el que ambas partes estuviesen de acuerdo en los términos de dicho dilema, manifiesta que no existe debate como tal. No sólo eso, sino que esclarecen, en su insistente negación, un nudo sintomático de esta cultura: la necesidad, ante todo, de defender a capa y espada (pluma y pantalla) la doble moral.

Claro, qué pánico causaría verse obligado a inventar otro modo de gozar, otra forma de entender y buscar el placer. Otra forma que no se encuentre sujeto al vaivén de tensiones y alivios que dicho paradigma, asumido ya como sentido común, supone. Y peor aún, qué angustia, de pronto, vislumbrar que los modos de gozar no son intrínsecos, sino que son siempre construidos, apócrifos, inventados y reinventados. Miénteme, pero no me dejes.

Cuando se prolifera una supuesta polémica para eludir un síntoma, es, creo yo, una invitación a descartar la fascinación por el escándalo, para prestar la atención a lo que se busca encubrir con dicho sensacionalismo moral. Los clasificados de sexoservicios puede que, en efecto, resulten ser un sitio privilegiado para leer la lógica de una economía que subyace toda configuración económica, política y sociocultural: una economía libidinal. Para describir aquel infame inconsciente del que da cuenta el psicoanálisis, Jacques Lacan dice, “El inconsciente está estructurado como un lenguaje”; a lo cual su compatriota, el filósofo J.F. Lyotard agrega, “hagámoslo hablar entonces, no pide otra cosa”. Y para ello, qué mejor punto para leer el inconsciente de una cultura que un sitio oculto al lente analítico, tanto por su obviedad como por su insinuación: los clasificados de masajes. Relegado a las páginas obtusas—entre chistes ansiosos y las lecturas íntimas—se ubica el desenlace de tanto del remanente energético de una sociedad. Entre retratos de edecarnes sugerentes, precios, localidades y alusiones entrecomilladas, nos encontramos mirando al sitio donde se recicla lo que sobra tras las labores diarias; donde se reciben y desgastan los residuos afectivos y fluidos corporales de una ciudad. Ahí también, entre la sintaxis de sus promesas, hallamos un vistazo al llamado inconsciente: a eso que sabemos, pero que no sabemos—o negamos—que sabemos. Es decir: todo es un albur…incluso el albur.


Las pequeñas imágenes en rectángulos que asemejan pantallas se reparten por la página, invocando la proyección de fantasías. Como el blanco rostro de una geisha, una pantalla en blanco donde se ve lo que se quiere ver. Los cuerpos en recámaras, en cuartos de hotel, esquinas nocturnas, en lencería o minifaldas entalladas, empinados sobre sábanas o contra una pared lisa. Los rostros difuminados como en el testimonio de un drogadicto en la tele. Quizás son insinuaciones a lo acéfalo, al desfogue anticerebral, a la decapitación de la razón. O puede que sean indicadores de un anonimato avisado, tanto como una reafirmación cartesiana, donde la mente y el cuerpo son quita-pon. Pero, me pregunto si, ¿no será más bien la necesidad de simular pudor para reafirmar la prohibición y así vender un servicio más como transgresión?

De las imágenes en la plana, tantas las he visto antes en sitios porno en la red, o contrastan tanto con el precio de $150 por un “mañanero” que se duda del respaldo físico. Por ello, tantos de los puti-retratos ahora dicen, con letras coloridas: FOTO REAL. Y es peculiar encontrar la palabra “real” tan prominente en el ámbito de la fantasía. ¿Cómo va a ser real una foto en tanto representación? Lo que concierne es, más bien, el realismo, como efecto especial de cinema verité, que desplaza las fantasías de lo posible a lo probable. La realidad es teatral (y no viceversa). “Espectacular”. Así, surgen otro par de consideraciones torno al reiterado uso de la palabra “real” en esta sección del periódico: (a) la relación que tiene con la expansión de lo virtual, donde pasamos ya tanto del tiempo inmersos —esa virtualidad que al copiar la realidad nos empuja a dudar sobre que tan real era la realidad inicialmente—, y (b) el tránsito de la realidad a la fantasía y de vuelta (“Fantasías hechas realidad”), presenta un ejercicio de desplazamiento particular, donde se ubica la siguiente cuestión: ¿la realidad, en este caso, es aquel imperio del tedio diario al que se regresa tras un par de horas con Scarlette o Alexxa?, o, ¿es el desahogo de fantasías y fluidos, donde por fin se es fiel a todo aquello que se disimula en el día a día, para así soportar tanta contención? A fin de cuentas no importa. No realmente.

Los factores se suman y combinan, dividiéndose entre la procedencia (acapulqueña, regiomontana, cubana…), la edad (madurita, colegiala, dieciocho añitos…), la exageración de los atributos (nalgonsísima, dotadísima, guapísima…) y la disposición (pervertida, buena onda, ardiente, bonito carácter…), entre otros, para participar en el sorteo de actos (oral natural, tríos lesbian, 69, polaco…). Esta lotería donde hasta a los más “exigentes” prometen “cumplirles” como “se merecen” no es un mero preámbulo, sino que tal insinuación es ya parte constitutiva de la satisfacción. La prórroga, la espera, el código entrecomillas son una forma de placer en sí. El deseo no nace en estas impresiones, meramente se inscribe, escribe y suscribe en ellas. Tales codificaciones del deseo significan metáforas cognitivas, exponiendo algo más que el modo de anunciar el comercio sexual. En sus rasgos, seducciones y secuencias, en su sintaxis y elección de palabras y encuadres anuncian, también, definiciones implícitas de lo sexual, develando con ello toda una cosmovisión.


“Si Dios no existe todo está permitido”, dice Dostoievski por medio de sus personajes en Los Hermanos Karamazov; pero ya a menudo lo he escuchado al revés y funciona: si Dios existe todo está permitido. Comoquiera, este permiso total lo otorga la deidad como prescripción de lo sagrado. Así, la puta/sacerdotisa exorciza y promueve la restitución de la comunión. “Permitiéndote todo” (¿“ponme como quieras”?), claman, y por fin hay conversión (co-inversión): lo ilimitado, el “exxxtasis al máximo” “llevándote al cielo”, tiene tasa fija: $400 por dos horas. Pero lo “sin límites” habla de la pulsión de muerte (sólo la muerte es ilimitada, ya que es en sí El Límite), de aquel vértigo del olvido en un orgasmo, tanto como de la búsqueda de la impunidad personal como modo de trascender el vínculo social. Y tras leer sobre asesinatos, crímenes, futbol nacional y una repetitiva secuencia de denuncias a la deplorable condición del mundo, encontrarse, en las páginas subsecuentes, con este poder dominar y morir al mundo, resulta bastante lógico.

“Sin mentiras”, “sin engaños” se lee aquí y allá, manifestando el problema de La Verdad como artefacto de la fantasía. No sólo ofrecen “la oportunidad de gozar” de “damas atrevidas” con “relaciones ilimitadas”, sino que además aseguran, una y otra vez, “satisfacción garantizada”. Lo “exxxtremo”, lo “ilimitado”, la “desnudez total”, puede relativizarse y verificarse, al antojo del cliente. Y se remata con un buen “no te arrepentirás”, ¿pero qué no el arrepentimiento es parte del goce?, ¿sino para que invocarlo así?

Para deleitar al dilema no podría faltar la jerga psicológica, con “cachondas terapeutas” o “adictas al sexo” con megaofertas de “chocoterapia” y “estimulación prostática”, para lo que viene siendo, más que nada, la ansiedad. También se puede “como novios” (¿qué no el chiste era ir con una puta?), o servir a la patria y a la humanidad, brindado generosa caridad a una dama “en apuro$”. Pero, sobre todo, que quede claro (o clarisisísimo), Ruby, América, Dennis, Gyna… puede que sean tus “amigas discretas” e “independientes” o una “edecan temperamental”, “ninfómana insaciable” con “boca traviesa”, “travésti interactiva”, “golosas”, “exuberantes”, “sexy guapas”… lo que gustes y mandes, pero eso sí, a pesar de fungir como sexoservidoras, complacientes y serviciales, no son “sirvientas”. Aunque finjan sin fingir servir sin servir al patrón, lo que resalta al leer esta sección del periódico, en tanto noticiero impreso sobre la actualidad, es justamente el patrón que estos textos trazan sobre lo que se atribuye a la inmanente y elusiva naturaleza del deseo. Aquel mismo (des)orden de deseos que hace girar a este mundo “inolvidable”.