miércoles, 24 de octubre de 2012

El materialismo espiritual

De mi columna en Faena Sphere.



Diario escucho opiniones raras. Con tanta frecuencia como seguro ofrezco las mías. A todos nos pasa. Una que me parece particularmente torpe es aquella que propone una dicotomía entre lo espiritual y lo material. Solo mencionarlo me parece una estupidez, porque ya implica una suerte de división primordial del mundo aunada a la idea de un universo detrás o por encima del universo. Dejémoslo claro: por encima o detrás del universo solo hay más universo. Así como cuando un show se presenta como “detrás de las cámaras”, lo es solo porque “detrás de las cámaras” pues, evidentemente, hay más cámaras.
Esta dicotomía ofrece una metafísica boba donde se le concede a las imágenes mentales una suerte de superioridad sobre lo tangible. Se supone el triunfo de las esperanzas vanas sobre los sentidos. Así, resulta que tantas de las versiones de la espiritualidad son poco más que un desprecio al cuerpo, a lo sensorial. Algunas tendencias incluso intentan luego “reconciliarse” con el cuerpo, pero solo lo subordinan a sus entramados. Como cuando hace una suerte de especulación financiera con el semen y no eyaculan, para entrar en estados de conciencia “superiores”. La cara inversa de esto (que resulta lo mismo) es, por ejemplo, la teología de la prosperidad, donde la deidad se manifiesta en la vida del adepto, premiando su fe con billetes. Como si los billetes necesitaran a Dios tanto como éste a los billetes. Ambos casos sobreponen una teoría del mundo que les reconforte a lo evidente; el mundo tal cual, con su caos y su falta de sentido inherente les da cosita.
“Materialismo espiritual” es un término propuesto por Chögyam Trungpa durante los años 70 como respuesta a la asimilación de religiones orientales que él percibía en su entorno occidental. El término se refiere al modo de apropiarse de teorías “espirituales” para enchularse el ego, solidificar el narcicismo, o para reafirmar una serie de racionalizaciones sobre el mundo. Suele usarse para negar la muerte, la maldad o cualquier aspecto incómodo de la experiencia humana. Pero sobre todo se refiere al modo en que nos obstinamos en forzar al mundo y su devenir en alguna cómoda teoría, de paso sintiéndonos muy superiores a los demás por que ya somos humildes, por ejemplo.
Aquello que llamamos espiritualidad propone la posibilidad de amplificar nuestro modo de habitar nuestra vida, y ofrece métodos para estar más presentes a las experiencias que tenemos. Pero la inercia nos conduce, sin mayor obstáculo, a utilizar las técnicas y teorías de la espiritualidad para idear una versión del mundo, y establecer nuestra territorialidad en este. Es más sincero, desde cierto punto de vista, ser sencillamente un hijo de puta territorial que serlo, torpemente, mientras se cree no serlo. Pasa que tanto de lo que se considera espiritualidad se reduce a una serie de medallitas imaginarias o credenciales metafísicas para evitar la brutal caricia del entorno. Se busca alguna u otra forma de salvación, alguna validación que se está haciendo lo correcto con esta vida. No hay tal cosa, y por ello, eso que llaman la iluminación solo puede ser un accidente, uno que sucede cuando las pretensiones se desgastan por su propio peso.

lunes, 15 de octubre de 2012

El pensamiento mágico.

Otra entrega para la columna 'Síntomas de una época' en Pijamasurf.


Si tras prender una vela roja bajo la luna, y decir su nombre 7 veces, Shakira cediera a tus encantos, sería fácil suponer que tu hechizo surtió efecto. Aunque por otro lado, sería una pena; te obligaría a dudar sobre la autenticidad de sus sentimientos, aunado al pánico de que alguien llegue a prenderle más velas rojas. O, supongamos que a cambio de correr con suerte en una entrevista de trabajo, le prometes a la deidad de tu preferencia dejar de fumar crack. Parece una idea sensata, y más si buscas un trabajo, pero ¿acaso no sobran la deidad y la promesa, tanto como en el caso anterior sobran las velas?
El pensamiento mágico se basa en atribuirle mayor efecto a una cosa, persona o evento del que tiene en realidad. Es una falacia causal que supone relaciones significativas entre ciertos actos y ciertos sucesos. Como cuando un apostador cree que al soplarle a los dados mientras le reza a San Judas, aumenta la posibilidad de una tirada favorable. Es decir, el que sople o no sople, no tiene un efecto cuantificable sobre su tirada. Por algo hay leyes contra arreglar peleas o marcar una baraja, mas no se legislan las sopladas de dados, o las rezadas a San Judas. En casos de incertidumbre, como los juegos de azar, o las caderas de Shakira, la tendencia a recurrir al pensamiento mágico se multiplica. 
El pensamiento mágico exagera el efecto que uno tiene sobre el mundo. Como cuando crees que al comerte el último M&M del paquete desencadenarás el fin del mundo. Es un ejemplo excesivo, quizás, digno de alguna mala ingesta de psicotrópicos, pero sirve para ejemplificar el síntoma. En este sentido, el pensamiento mágico es tremendamente infantil, en cuanto a que no hay distinción entre el mundo y el estado interno de la conciencia. Uno puede estar triste porque está nublado, pero veo difícil que esté nublado porque uno está triste. A diario alguno de los billones de habitantes de la tierra está triste, entonces tendría que estar nublado todos los días, ¿no? Es bastante solipsista el asunto, pues. 
Mucho del problema reside en confundir lo absoluto con lo relativo. El pensamiento mágico, en tanto distorsión cognitiva, es como el efecto mariposa en esteroides y floripondio al mismo tiempo. Claro que el aleteo de una mariposa en China tiene algún efecto sobre un huracán en el Caribe; en este caso, el error reside en sobreestimar la proporción de dichos efectos. Además de devaluar los demás factores que suscitaron la tormenta en el Caribe (como el parpadeo de un perro en Alaska mientras caga), se excluyen todas las causas y condiciones que tuvieron efecto sobre el aleteo de dicha mariposa. Ahí es cuando se llega, más bien, a la infinitud. Cualquier gesto, por minúsculo que sea, es parte indivisible de todo lo demás, y tiene ecos y efectos; dicho gesto es, a su vez, eco y efecto de tantos otros gestos. La cuestión es no perder el sentido de la proporción. Es decir, a la hora de observar los efectos de un acto, o son cuantificables y verificables o no son (al menos en lo relativo, que es lo que nos concierne, netamente). 
Tal es el fallo del bestseller internacional The Secret. El libro supone, sobre todo, que al dorarse la píldora reiteradamente con una idea, ésta se materializa así nomás porque sí. Aparte de ser una apología de la neurosis obsesiva, es una forma de pereza basada en la superstición. Supone que se pueden saltar las etapas y acciones necesarias para obtener algo, a cambio de solo pensar mucho en ese algo. En cierto sentido, realizar prácticas mágicas puede tener un efecto simbólico sobre quién las lleva a cabo. Pero de ahí a pensar que por pintar un pentagrama en tu azotea, así sin más, te vas a ganar un auto, o tu equipo ganará la Champions, es arena de otro costal. La magia, es expresiva, mas no instrumental. 
Hay quienes gustamos de especular sobre lo improbable o incluso lo absurdo. Esto no es pensamiento mágico, mientras se le considere una especulación, y no particularmente como teorías “racionales” bajo la óptica científica contemporánea. Así, a menudo, quienes defienden alguna forma de pensamiento mágico, suelen argüir que la ciencia presenta una cosmología básicamente inerte. Consideran que las ciencias proponen un mundo donde la materia carece de inteligencia o está muerta, por así decirlo. En ninguno de los postulados de las ciencias se dice esto. El hecho de que no le echen más crema a sus tacos con teorías misticomágicas sobre el funcionamiento de las cosas, no implica tal visión del mundo. Pero andarle atribuyendo magia al mundo, eso sí es un modo de asumir que le hace falta tal magia, que carece de asombro.
Cabe señalar que a lo largo de la historia ha habido casos donde teorías que parecen pensamiento mágico, resultaron no serlo. Como con los microbios, por ejemplo. En algún punto de la historia, la idea de que había organismos invisibles que causaban patologías sonaba, fundamentalmente, a un cuento de fantasmas. Vale la pena mantener la mente abierta a las posibilidades, aunque parezcan improbables o inscritas fuera de la narrativa de lo racional. Pero no sin considerar que el que algo suceda posterior a otro evento no es, necesariamente, indicador de qué fue provocado por el primero. El pensamiento mágico es un problema de correspondencia, donde una correlación no es suficiente para probar causalidad. Pero quizás, si cruzo los dedos antes de escribir el punto final de este enunciado, alguien toque a mi puerta a decirme que me he ganado un viaje en crucero con Rihanna.