lunes, 25 de febrero de 2013

Adios, sala de espera, adios.




Soy el niño que conoce
el abismo. Aquel que escuchó la voz
del diablo --aquel que lo pudo imaginar
en detalle blue-ray. Soy aquel
que renunció al trono; pasa
que he preferido bailar
con los desahuciados en año nuevo, y leer
las biblias sin orden. Aunque
nunca quise ver cómo se hinchaban
los pies de las niñas prostitutas
por no poderse sentar en tres días, o el sonido del bat
cuando la madrina Eloisa injuriaba a la enfermedad sobre la piel
de otro pobre imbécil. Soy
el niño que renunció a la deidad; pasa
que he preferido el aullido del corazón desnudo. Así, a secas
sin traguito de limón, sin shot de garantía. Y no,
no tengo disculpas para los derrotados. Soy
el niño que no se basta, aquel
que se pierde entre la niebla de una ciudad chueca, sin limpiaparabrisas
para sortear el camino, abrumado por los espectaculares,
pero, sobre todo, aburrido por los tanto sabores de chicle.
Y sigo; mis pasos son de elefante en baile de salón, y no hay piedra
que no sepa quitar. Porque las gaviotas me han cantado,
entonando la geometría de una ternura incalculable. Y las nubes,
en su clara vorágine, me han contado
entre los vientos que las hacen
girar. Soy el niño
que se espanta con su propia sombra nada más: el diseño de los colmillos
apenas adiestrados para nutrir a los suyos. Soy aquel combate
que es risa insaciable,
 y las fichas para esta maquinita tan prontas a agotarse. Soy el niño
cábula: mis chistes pesados muerden con ansias mi propio cerebro. Y no,
las jeringas de insulina no bastan, ni los labios de extrañas, ni los trazos
de esta pluma. Soy el niño
con más alas que tiempo; aquel que apenas entiende
que la asfixia es la apertura de un espacio antes inconcebible
haciendo su arribo triunfal. Y no, no hay alfombra roja,
ni aplauso amotinado, ni el brío de lo temporal
que valide la estela de hoy. Soy el niño
que tú chingabas; aquel que ahora te sabe
deconstruir a placer. Y mis puños pesan. Soy el niño,
que ya no es; aquel que se hizo león en el monte, aquel ungido por azarosa saliva, aquel cuya mente es receptividad sin tregua. Soy aquel que ya no es niño. 
Soy solo un hombre. Y sí,
ella,
ella es mi mujer.