domingo, 25 de marzo de 2012

Super-Ilusión


Texto para mi columna en RAZtudio; algo breve sobre el deseo, las fantasías, el amor, la heroína y los diarios de Nikki Sixx...


El amor acaba, canta José José, interpretando aquella letra de Manuel Alejandro, y al paso de los versos sentencia: hasta la belleza cansa. Terrible paradoja de la condición humana: no solo se sufre por anhelar, sino también cuando se obtiene lo anhelado. Comoquiera, desear es inevitable. En alguna ocasión, recostado sobre el diván declaré que si J Lo me ofrendara su apetecible trasero, podría estar satisfecho. Mi psicoanalista concedió, sin más, lo siguiente: “solo mira a Marc Anthony”. Pero ni la infelicidad de Marc Anthony es suficiente para disuadirme de fantasear. Así, cada quien lidia con sus deseos y frustraciones como puede, ya sean los glúteos de J Lo, helado de menta, ideologías varias, tachas y perico, o meditando en una cueva por años.
Sobre este último método, cabe recordar una anécdota del maestro budista del siglo XI, Marpa Lotsawa. Cuando muere su hijo, se le acerca un alumno suyo quien para intentar animarlo dice, “pero como tú enseñas, es solo una ilusión”. Marpa, inconsolable, responde, “sí, pero esto es una superilusión”. Y claro, en cierto sentido es una ilusión (el mundo y sus sucesos), todo está en constante flujo, nada dura, ni siquiera un instante. Pero esto poco importa, porque también nosotros somos ilusión. Estamos hechos de los mismos elementos que conforman al mundo. ¿Qué más da que sea ilusorio, si no estamos exentos de ello? En otras palabras: las pérdidas duelen, y duelen de la chingada, seas quién seas, hagas lo que hagas. 

Recién leí los diarios de Nikki Sixx, el bajista y líder de la banda de rock Mötley Crüe. Heroin Diaries se intitula el libro; en sus páginas Sixx relata un año de su vida en la cumbre del éxito, mientras, simultáneamente, toca el fondo de su adicción. Es un libro lleno de lugares comunes y una historia que oímos hasta el cansancio en el mundo del rock. Sin embargo, es un libro honesto. Disfruté leyendo las hojas del diario de Sixx y los comentarios al margen de quienes estuvieron a su lado en esa época. Transmite un mensaje claro: si no asumes tus problemas, estos te asumen a ti. Y ningún disco de platino, hilera de adolescentes en minifalda dispuestas a chupártela en el baño del aeropuerto o jeringa llena de heroína persa cambia esto. 
Sixx ideó Mötley Crüe, compuso las canciones y diseñó el look de la banda. Cosas que a muchos les parece una estupidez; claro, porque no se les ocurrió a ellos. Comoquiera, esta capacidad visionaria, fue la condena de Sixx: su afán por el control y el modo en que los demás lo necesitaban para cobrar, evitaba que lo pudiesen confrontar con su problema. Aunque la mayoría de las personas a su alrededor estuviesen demasiado apantallados por la imagen de Sixx para darse cuenta: él era miserable, incluso durante el apogeo del Crüe. Sobre todo durante el apogeo de Mötley. La tortura de la fama es un cliché, sin duda; pero uno que en este libro Sixx refleja vívidamente. De hecho, en la cumbre del rock Nikki pasaba gran parte del tiempo recluído en el closet de su mansión en Van Nuys, padeciendo delirios y ataques de paranoia aguda, incapaz de dejar de meterse la siguiente dosis.
No es que todo fuese tragedia; el diario tiene también momentos de triunfo y de humor, pero en general lo que ofrece, es un retrato íntimo de un ser miserable. Pero hay matices, por ejemplo una noche de gira cuando Sixx ejecuta una de sus bromas pesadas. Coloca sillas reclinadas sobre las puertas de los cuartos de todo el pasillo de hotel designado a la banda y su staff. Encima de las sillas balancea botes de basura llenos de orina y demás fluidos hediondos. Luego, Sixx echa spray de cabello sobre las perillas de las puertas—es bastante elaborado el plan, ahora que lo pienso—, para luego pasar y prenderles fuego. Entonces, cuando comienza a sonar la alarma de incendios, todos salen de sus cuartos, para, al abrir las puertas, ser bañados en orina. El peor caso fue el jefe de seguridad, quien salió a medio coito, en pelotas y erecto aún; persiguió a Sixx por los pasillos del hotel. Nikki remata la entrada de su diario, diciendo que espera que haya podido volver a tener una erección el jefe de seguridad. Creo que esto fue lo que salvo a Sixx del fatal desenlace al que lo llevaba la adicción: el sentido del humor. Y claro, su diario, y esos espacios que se tomaba para tocar base y escribir.


El Dr. Feelgood de Mötley, fue de los primeros albums que compré. De hecho era un casete. Recuerdo la portada con el fondo de azulejo color aqua y encima un báculo médico diabólico. ¿Pero quién no busca al Dr. Feelgood? La dosis perfecta. Llámese el nirvana, o (para los teístas) Dios en el fondo de una jeringa, el éxito, una teoría, o comoquiera que le digas. El deseo no deja de movernos, las fantasías no paran de surgir. Y menos mal, sino estaríamos muertos. Si algo describe el diario de Nikki Sixx es lo difícil que puede ser ver tus deseos saciados, porque entonces tienes que inventar nuevos. Sixx apenas sobrevivió: fue resucitado tras una sobredosis en un hotel, solo para llegar a casa, aún en bata de hospital, a meterse otra dosis. Pero tan como hondo es el abismo, así de amplio es el espacio.
La adicción puede ser reconfortante porque es predecible: otra dosis y luego otra… Sin embargo, cuando nada basta cabe la posibilidad de que tal y como estás ahora, con todas sus imperfecciones y dudas, está bien. En la voz de José José: porque somos como ríos, cada instante nueva el agua.
Foto de una serie realizada por Nikki Sixx.

domingo, 4 de marzo de 2012

El efecto Dunning y Kruger

aquí va la primera entrega para la columna Síntomas de una época, en Pijamasurf...



Todos tenemos puntos ciegos; sin importar nuestros gustos o buenas intenciones. Quizás, para compensar esto, surgió esa tendencia a imaginar a Dios como omnividente —característica que perturba (¿excita?) a los creyentes a la hora de masturbarse. Comoquiera, es también un alivio tener puntos ciegos, tanto como lo es no recordar cada detalle de lo que nos sucede. No podríamos sobrevivir en este mundo de no ser por nuestra capacidad a) de valorar la realidad y b) de distorsionarla. Carentes de un  cierto grado de autoengaño pereceríamos al primer impacto con la realidad (sea lo que sea que eso es). No hacer más que palpar nuestra mortalidad y la naturaleza pasajera de nuestras vidas, en un entorno carente de sentido intrínseco, sería sino deprimente al menos terriblemente aburrido.

Hay de distorsiones a distorsiones; una de las más fundamentales es que nosotros mismos solemos ser nuestro punto ciego. Es decir, el modo en que estamos configurados suele ser invisible para uno mismo —cualquiera que haya pasado una temporada en el diván de un buen analista lo puede atestiguar. Es parecido a cómo no puedes ver tu propia pupila mientras miras a través de ésta (porque aunque la veas en un espejo, sería solo el reflejo de la misma). De tal suerte, solemos obviar la manera en que miramos al mundo, el modo en que lo ordenamos en nuestra cabeza. Aunque en ocasiones llegamos a tener percepciones atinadas, ser totalmente objetivos implicaría dejar de ser quienes somos; nos volveríamos meros testigo de nosotros mismos. 

En 1999, David Dunning y Justin Kruger publicaron un estudio intitulado Unskilled and Unaware of It: How Difficulties in Recognizing One's Own Incompetence Lead to Inflated Self-Assessments [Incapaz e inconsciente al respecto: Cómo las dificultades en reconocer la propia incompetencia conducen a una auto-valoración inflada] Plantean el siguiente descubrimiento: las personas con pocos conocimientos suelen sobreestimar sus habilidades, considerándose, de paso, más listos que personas mejor preparadas; mientras que las personas capaces tienden a subestimar sus habilidades. Hace recordar aquella frase de Bertrand Russell que dice: “Una de las cosas dolorosas de nuestro tiempo es que aquellos que sienten la seguridad son estúpidos, y los que tienen algo de imaginación y comprensión están llenos de dudas e indecisión”. Es curioso el tema de la convicción y la duda que recorre los descubrimientos de Dunning y Kruger, particularmente al considerar quienes son las personas que ocupan los sitios de liderazgo en nuestro mundo.


El Efecto Dunning-Kruger es, fundamentalmente, un problema de metacognición. En otras palabras, se refiere a la (in)capacidad de percibir los propios procesos mentales. Hasta sin querer somos observadores de nuestro modo de pensar; poder palpar no solo lo que piensas, sino cómo lo haces. Sin embargo es una habilidad que puede desarrollarse tanto como puede atrofiarse. El Efecto Dunning-Kruger se da gracias a que nos evaluamos según nuestras capacidades; la cuestión es que si tus capacidades son limitadas no tienes mayores criterios que los que esas capacidades te permiten, ni siquiera se te ocurre que haya cosas más complejas o mejor elaboradas. Ignorar es, sobre todo, ignorar que se ignora. En cambio, con parámetros más amplios se dificulta ese grado de engreimiento, ya que los estándares por los cuales te mides rebasan tus capacidades; y eres, además, capaz de concebir capacidades que rebasan las tuyas. Si a un perro le das LSD, es probable que alucine huesos.

A diario me encuentro con tanta información retacada de ideales o teñida de pesimismo, que el aburrimiento resulta indispensable. Así, considero, apoyado en Dunning y Kruger, que la convicción que caracteriza a tantos líderes es posiblemente una manifestación de estupidez. De cierto modo esto hace mucho sentido; explica casi todo sobre por qué el mundo funciona como funciona. Y no es necesariamente que sean imbéciles, solo carentes de una capacidad metacognitiva básica. (Ahora empieza a resonar un exceso de convicción en mi texto). Como lee aquel poema ‘The Second Coming’ (1919) de W.B. Yates: The best lack all conviction, while the worst / Are full of passionate intensity [Los mejores carecen cualquier convicción, mientras los peores / Están llenos de apasionada intensidad]. Es decir: me rehúso a negar la tremenda complejidad de los factores con los que se entrelaza la vida hoy en día, y menos a cambio de teorías simplistas; sí, pero tampoco pretendo que por complejo sea complicado. (De nuevo esa estúpida convicción… carajo).