Dado lo breve que es una vida humana, es afortunado cuando los sentidos cruzan con arte que honre esta brevedad. Para mi suerte mi gusto no se estanca en un solo género musical, y aún estoy convencido de que Sir Mix-a-lot ha contribuido significativamente a la vida muchos humanos. Sin embargo, la primera vez que escuché el cello de Zoë Keating (Ontario, 1972) quedé absorto, atento al modo en que parecía detener el tiempo. Su música nutre y expande los sentidos, pero sobre todo dignifica el espacio. Sus piezas establecen una relación vital con el entorno, por decirlo de otra manera. Suena un poco como Apocalyptica, pero sin el trasfondo metalero y además, aunque parecen ser muchos cellos, es solo ella, su cello y una pedalera. Con dicha pedalera programa loops, logrando sonar como 16 cellos en vez de solo uno.
Zoë tiene pinta de baterista de banda punk, y al hablar en entrevistas es clara y franca, delatando además una formidable risa de nerd. Pero antes de sugerir que la escuchen o que apoyen para traerla de visita a México, me gustaría ahondar en algunas de sus observaciones torno al proceso creativo. Zoë cuenta que comenzó a tocar el cello joven, por las azarosas órdenes del profesor de música en la secundaria; al mostrar habilidad, continuó con ello de modo más enfocado. A la par de su entrenamiento musical, ella se desarrollo como programadora, trabajando en dicho rubro durante años. Y si bien tocaba como reemplazo en la banda Rasputina, consideraba dedicarse más bien a la programación. Tuvo, sin embargo un jefe que la incitó a seguir con la música, con especial énfasis cuando éste quedara desahuciado por cáncer.
Pero Zoë, dice, había quedado trabada por el entrenamiento musical clásico. El afán por la perfección y el rigor repetitivo que supone el entrenamiento clásico la había congelado. Con el tiempo, y para mi suerte, encontró que si se dedicaba, más bien, a improvisar, volvía a encontrar el gusto por tocar. En otras palabras, al soltar las expectativas virtuosas, ella reconectaba con el sentido original y la emotividad de la música. ¿Qué tal eso como un gesto del inconsciente; como una especie de maldición que conduce al acto creativo, a la expresividad? Esto logra la música de Keating: mantiene la frescura del asombro o descubrimiento de la música, su vitalidad ante el contacto con la experiencia, sin por ello dejar atrás su habilidad técnica. Sumando, claro, el hecho de que además de tocar el cello, programa loops y coordina la computadora desde su pedalera. Pero, y la clave aquí es: la técnica quedó al servicio de la expresión y no viceversa.
Me recuerda a la historia de un buen amigo, quién me ha contado de un terrible vértigo que no lo dejaba en paz. Durante una temporada de su vida padecía un creciente vértigo, sin necesidad de subir a las alturas (a nivel cancha, vamos). Acudió a médicos de todo tipo, quienes le hicieron pruebas de todo tipo, y le recetaban, inútilmente esto y aquello. Nada resultaba. Nada. En dado momento se sinceró consigo mismo: su corazón estaba genuinamente dividido entre dos mujeres con las que pasaba mitad de su tiempo cada semana. Sopesó la situación, todos los pros y contras de ambas, y tomó una decisión. No fue perfecta su decisión, esto lo sabía, pero ya no podía vivir en el perpetuo dilema. Adiós vértigo. Si bien el psicoanálisis considera que un síntoma es siempre preciso y particular en su reclamo, el budismo tibetano, por otra parte (y de modo igual de místico-mareador) considera este tipo de síntomas como demonios que ferozmente exigen que despiertes. Y no solo que despiertes, sino que instiga a reconocer que el entorno mismo está despierto—sea lo que sea que eso signifique (para cada cual).
Otro punto a favor de Zoë es que optó por producir su disco ella misma, lo cual le ha traído un gran éxito comercial: su primer disco One Cello x 16: Natoma (2005) ha estado en la cima de las ventas de música clásica en iTunes al menos 4 veces. Es una clara muestra del lugar que puede ocupar la creatividad en un mercado global digital. Además, estoy seguro que si una disquera y unos productores hubiesen metido mano en su música y en su imagen, probablemente la hubiesen trabado de nuevo, a expensas, también, del éxito comercial que tuvo. Quizás las reglas del juego, en efecto, si hayan cambiado; o al menos hay ventanas de oportunidad que responden ya a otros esquemas de producción. Así, este texto lleva una intención: no solo que escuchen a Zoë Keating, sino incitar a la escucha propia, de nuestros síntomas (aunque suene cursi y fascista); y claro a continuar osando y osando, a pesar de la mezquindad de la crítica y su supuesto realismo.
(Sugiero comenzar por oír su la canción ‘Optimist’ de su más reciente Into the Trees, canción que dedicó a su hijo, poco antes de que él naciera en 2010). Aquí va el link: Zoë Keating, Optimist.
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