jueves, 16 de diciembre de 2010
el espíritu del sexo
martes, 16 de noviembre de 2010
la publicidad y la muerte
Resulta apabullante la cantidad de mensajes a los que estamos sujetos en una urbe como la Ciudad de México. Basta con salir una breve temporada al campo y apagar los aparatos electrónicos para, al regresar, encontrar suficiente contraste desde el cual apreciar el asedio publicitario. Es uno de esos gestos divinos de la modernidad: la continua quesque-renovación de la noción de actualidad. Así se perpetúa la sensación de que algo está pasando, dictaminando, de paso, sobre qué se trata el presente histórico.
No sé realmente que tan complicado sea idear una campaña publicitaria para una funeraria. Podría parecer como algo muy delicado, requiriendo gran tacto, pero (a) no puede ser más difícil que anunciar tampones, y (b) las religiones organizadas llevan ya siglos de experiencia con el tema. “Cuando no tienes cabeza para pensar, nosotros pensamos por ti”, lee la más reciente campaña publicitaria de una de las funerarias más prominentes de la nación. A primera instancia alude a la asistencia profesional que ofrecen durante el shock y la titubeante irrealidad ante el duelo por la muerte de alguien cercano, pero podemos también leer otras tantas implicaciones en su mensaje. Considerando al ingenio publicitario como sintomático de una era, ¿acaso no encontramos entre sus palabras algo más (y algo menos) de lo que pretenden decir?
Comoquiera, a ratos así se siente rondar por una ciudad tan atascada de mensajes publicitarios: como si, en efecto, mi cabeza no está en mis hombros y se encuentra esparcida entre tanta insinuación. Todos esos anuncias piensan por mí. Y su efecto es tan avasallador que resulta inútil preocuparme por mi voluntad individual ante su plétora de sugerencias no solicitadas. Parece más sensato dejar que la paranoia llegue a su conclusión extrema, para mejor sentir alivio ante lo que de todos modos es urbanamente inevitable: la publicidad y la muerte. Además, quizás tengan servicios pro-bono y puedan pensar por mí tan a menudo como me beneficiaría de tener “cabeza” para hacerlo por cuenta propia.
viernes, 5 de noviembre de 2010
techgnosis sexualis
Somos humanos (seres conscientes de su propia muerte, inmersos en el lenguaje desde que nacemos) y como tal nuestras vidas se ven continuamente alteradas por la tecnología, de modo que la tecnología nos recuerda hondamente que no existimos como entidades aisladas e independientes en un vacío. Nuestras vidas dependen del resto del mundo, así como nuestras acciones tienen efectos en nuestro entorno. Siempre hemos sido cyborgs—dependemos del uso de herramientas, y mutamos con sus descubrimientos. Las cuestiones sobre la naturalidad y la autenticidad son alucinaciones raras que nada tienen que ver con la realidad de la condición y sexualidad humana. Además, natural, no es más que una palabra que usamos para designar algo tan incomprensible como el que exista algo en vez de nada.
Los cruces y roces entre el sexo y la tecnología se prestan para una amplia gama de exploraciones (y confusiones). Consideremos cuanta tecnología ha derivado de la sexualidad humana; podríamos incluso argumentar que toda tecnología encuentra parte de su motivación en la sexualidad, ya sea en algún aspecto del flirteo o por sus consecuencias posteriores. Así también, en casi todas las culturas del mundo tanto la tecnología como el sexo han sido centrales a la concepción del cosmos de dicha sociedad, consideradas en ocasiones como fuentes de magia e incluso de comunión con la divinidad. En fin, para indagar el tema de modo que resulte tangible para nuestros días, comencemos donde más conviene explorar las cosas que pasan en nuestros días: con un episodio de South Park.
Por otro lado, Randy, el papá de Stan, tiene un grave, grave problema: sin internet, no se puede masturbar. Pasa semanas acumulando una hinchazón testicular muy penosa, debido a una avanzada dependencia para con su secuencia predilecta de imágenes perversas (colegialas japonesas que intercambian fluidos corporales, bestialidad…). Randy dice, “después de todo lo que he visto y sé que está ahí, al alcance de mis dedos, sencillamente no puedo regresar a una simple Playboy”. Digo, no dudo—en lo más mínimo—que aún seamos capaces de masturbarnos sin internet—si fuese absolutamente necesario—, pero quizás el fino arte de (auto)erotizar por medio de fantasías imaginadas sea una práctica en peligro de extinción. Cuán distintas son nuestras vidas hoy en día a comparación de hace 5, 10 o 20 años debido a los alcances de las tecnologías en la vida cotidiana y nuestras relaciones. Y cuántas cosas nomás no cambian, como los celos, por ejemplo. Cosa que me hace pensar en todos los gadgets o programas que ahora existen para entrar al correo de una pareja o para localizarla por GPS vía celular, muy a la James Bond gandallita celoso. Negar que los avances tecnológicos tengan efectos sobre nuestra sexualidad y viceversa, sería tan absurdo como negar que la tecnología no afecta en nada a la NFL (y viceversa). Consideremos pues, la siguiente pregunta: ¿tener sexo virtual con alguien que no es tu pareja es una infidelidad? Y, ¿si fuese un intercambio sexual con un personaje de videojuego, es distinto que si fuese con el avatar de otra persona?, ¿por qué?
Bien podemos suponer que las respuestas a estas preguntas varían según la mentalidad y temperamento de cada persona, pero con el ritmo de aceleración de los avances tecnológicos, son preguntas que habrán de tornarse cada vez más pertinentes. Ya sea por la inmersión total en realidades virtuales—como un wii pero de cuerpo completo con retroalimentación multisensorial—, o por los avances de la robótica, el involucramiento sexual entre humanos y máquinas promete ir en crescendo. Esto trae a mente la serie de fotos Still Lover de Elena Dorfman (http://elenadorfman.com/art/still-lovers/index.html), donde muestra escenas cotidianas de personas con sus Real Dolls, la versión más sofisticada (y costosa) de una muñeca inflable. Quizás como pareja no se esté de acuerdo con que tu amado/a tenga coito (¿se masturbe?) con un androide, pero no por eso es necesariamente una infidelidad, ¿o sí? Ya a su tiempo se irán resolviendo los estatutos legales de tales cuestiones, para fines de divorcios y demás. Pero por similitudes aún parece más molesto (para quien le molesta, claro), encontrar a tu pareja con una aspiradora que con una muñeca inflable, ¿no?
Otro de los escenarios más optimistas es el de contar con medios más eficientes, baratos y accesibles para la mejor detección, tratamiento o hasta cura de las tantas enfermedades venéreas a las que hoy seguimos expuestos. El tema de las intersecciones entre sexo y tecnología es extenso como pocos temas, rondando en zigzag entre lo sublime y lo perverso, desintegrando sus distinciones entre cada ir y venir. Además es un tema que habrá, sin duda, de continuar creciendo en complejidad, subtemas, implicaciones y complicaciones. Resulta, de entrada, abrumador y excitante, y demanda tantas perspectivas que cualquier obra al respecto que sea menos que enciclopédica, resultará siempre parcial y microscópica. Pero bueno, algo tenemos que hacer de aquí a que nos encontremos sin querer queriendo, virtualmente desnudos, bajo esa cascada tropical en la red…
martes, 12 de octubre de 2010
viva la fashion (ponte la camiseta)
No por nada se incluye como parte del soundtrack de la serie de TV Los Sopranos la canción de Bob Dylan, Gotta Serve Somebody, recordándonos que, seas quién seas, vas a tener que servir a alguien. A la par de interrumpir esa adoración que subsiste en nuestra sociedad para quienes creemos no sirven a nadie, alude también a una verdad ineludible: ninguno de nosotros existe suspendidos en la nada, completamente aislados de los demás. Pero el que seamos interdependientes no quiere decir que no tengamos criterio, así como tampoco justifica frasesillas chaquetas como esa de “ponte la camiseta”. Esta combinación de palabras, llena de alusiones a la solidaridad y al esfuerzo colectivo, me ha provocado ya suficiente escozor como para reflexionar sobre algunas de sus ramificaciones.
Es una práctica curiosa, aquella de pagar un monto considerable para portar la playera oficial (u oficialona) del astro del balonpie del momento. Pero además de ser muestra de la idolatría religiosa del pamból, nos remite, quizás, a la máxima mística del poeta simbolista Arthur Rimbaud, quién declamaba: “Yo es un otro”. Sin duda, Messi no sería el Messi de no ser por los millones de aficionados que le otorgan dicho lugar en el mundo del deporte. Así, de vuelta, el fan incluye como parte entrañable de su identidad al ídolo (ese qué depende del fan para ser ídolo).
Es curioso que los ídolos, a la par de los atletas, ahora son los gerentes de una multinacional con estrategias de marketing basadas en la noción de “producto prohibido”, cuando quienes hacen las ganancias netas de la compraventa de narcóticos, evaden por completo el lente de los medios: banqueros, especuladores financieros y demás billonarios anónimos. A lo mejor sería de provecho comprarme una Playera London Ralph Lauren Classic, para recordarme que soy parte y no a-parte de todo este desmadre, o a lo mejor nomás está chida la camisetita polo, ¿no?
viernes, 1 de octubre de 2010
sublime chasca (ya wey, en serio)
Hay algo siempre ominoso en el humor, algo que raya entre la coincidencia y la contradicción, entre lo obvio y lo indescifrable, exponiendo una lógica implacable que nos compone y desbarata a la vez. Similar a cuando Dave Chappelle, en su homónimo Chappelle Show, personifica a un líder del Ku Kux Klan con dos características peculiares: es ciego y negro. ¿Acaso no nos constituyen tal tipo de contradicciones? En el caso de este personaje de Chappelle (quien meses más tarde acabaría hospedándose semivoluntariamente en un instituto psiquiátrico en África), arriba al siguiente extremo: cuando es enterado del color de su piel, abandona a su esposa definitivamente, siendo que ella es una amante de negros. Si algo intriga y reconforta bizarramente de un buen chiste es que nos permite vislumbrar cómo “nuestros” impulsos rebasan aquella noción de quienes creemos ser, develando, a su paso, las extrañas exageraciones y arbitrariedades lógicas de las cuales depende dicha identidad. Tal y como Borat y Bruno exhiben el trasfondo invisible que sostiene la lógica cultural americana como un inconsciente torpe, despótico, delicado, brutal. Así también, el humor, llega a desnudar el hecho de que estructuralmente nos constituyen aquellas cosas que re-negamos (dependemos tanto de lo que no somos para quesque-ser lo que somos), como el autoengaño y el masoquismo; ambos tan ferozmente expuestos por personajes como el que encarnaba Chris Farley en su acto como el entrevistador del Chris Farley Show, quien haciendo nerviosas preguntas estúpidas terminaba por golpearse a sí mismo en una suerte de demanda superegóica exacerbada insaciable. Curiosamente, Chris habría de morir de una pasón de morfina y coca, reiterando el frágil limbo entre lo cómico y lo trágico (entre lo cagado y lo culero).
La corporalidad del humor hace de ello también un punto ciego, algo que se ingiere sin digestión. Falta asomarse a Twitter o asistir a una reunión para presenciar la asimilación y repetición de los modelos de humor de los Sitcoms (tipo Friends), con el uso de microsarcasmos autodegradantes y ostentaciones de lo rarito en nosotros. Así como se asimila el hiperalburismo de la picardía nacional como aquella obligación compulsiva a hablar sobre sexo para ventilar la angustia performativa (aclarando, de paso, que hablar sobre sexo y hablar desde la sexualidad no son para nada lo mismo). No es la risa, sino el ingenio lo que encontramos enlatado; ya no es humor, es fórmula: el chiste forzado para iniciar una conferencia sobre oncología, la irreparable diferencia entre la frescura dialéctica del joven Cantinflas y las reiteraciones moralinas de su madurez. Un ciclorama de pellizquitos ansiosos osando evitar en vez de asumir la condición humana.
La lógica del humor es extrema, o no hay risas; un juego de contrastes y contextos en un situacionismo debordado. Por ello, imaginemos las siguientes propuestas (con una invitación a proponer más opciones a esta lista): Mr. Bean bajo los efectos de algún menjurge psicodélico del Dr. Chunga como parte de algún evento artístico designado el título de Bicentenario; Ali G y Felix Guattari en un torneo slam de schizoanálisis, seguido de un documental sobre Robin Williams y la Chupitos como pareja tántrica del año; un videojuego de peleas callejeras con todos los personajes de la Carabina de Ambrosio (con edecanes, claro) vs. la tropa de Chiquilladas, con finales variables tipo Mortal Kombat; una temporada de Southpark dedicada a la política mexicana; un reality show con peleas de humillación a muerte entre Tina Fey y Jo Jo Jorge Falcón o Luís de Alba y Ricky Gervais, para iniciar un aprendizaje sobre los rigores de las lógicas culturales mundiales…En fin, puede que por hablar más sobre el humor que desde el humor acabé deambulando en un tonito solemne tedioso (de güeba, vamos), pero, como decía Bill Hicks, el cáustico comediante tejano, cuando se le pasaba la mano con su afilada crítica al gobierno de su país, mirando al público con esa rabia encandilada de payaso/genio les aseguraba (muy a fortuna de Polo Polo): “no se preocupen, ahorita les cuento chistes de pitos”.
domingo, 12 de septiembre de 2010
monografías
Ahora que las megaproducciones de identidad patria están por avasallar las calles, pienso en los comerciales de cerveza que pasaron al aire durante el mundial de futbol: ese grupo quesquediverso de personas interrumpiendo sus labores para llevarse la mano al corazón y como bajo una hipnosis histérica clamar “¡México!”. Pero lo que estas imágenes me generan no es una sensación de unidad para con mis vecinos, o de un propósito común, sino una recurrente sospecha de que esta infantil adulación a lo que más asemeja es al llamado Síndrome de Estocolmo.
Dicha patología presenta sobre todo un síntoma peculiar: como secuela a un rapto o abuso, la víctima se enamora de sus captores. Ya sea por el trauma, el sobresalto o como una reacción para sobrevivir o dar justificación a lo vivido, la víctima toma el lado de quien le oprime, incluso defendiéndole en ocasiones. ¿Acaso no es similar a esto del bicentenario; celebrando a nuestros captores, bajo la fantasía de que nos rescataron de otros captores más gandallas, adquiriendo de paso una deuda imposible de pagar (ni con el IETU, vamos)?
Agregaría a esta reflexión, torno al Síndrome de Estocolmo Patrio, que quizás valdría la pena preguntarnos por qué celebraremos tanto el bicentenario, mientras que los 150 años de las leyes de Reforma pasaron casi desapercibidos. En fin, como dijo George Orwell al principio de su novela antiutópica 1984: “Quien controla el presente, controla el pasado. Quien controla el pasado controla el futuro”. Pero de menos las monografías vienen con dibujitos cotorros, ¿no?
jueves, 2 de septiembre de 2010
la obligación de gozar
Como filósofo, a menudo mi labor consiste en decididamente perder el tiempo buscándole chichis a las hormigas. Entre todo este pensar, reflexionar y contemplar chichis y hormigas (aunque pienso mucho más en chichis que en hormigas, debo admitir), hay una pregunta que regresa de vez en vez como un imprevisto gancho al hígado: ¿qué es el Sentido Común?
Quizás eso que llamamos sentido común dictaría que la respuesta es obvia: el sentido común es, pues, el sentido común, y ya. Pero, ¿qué quiere decir? ¿Es algo que comúnmente hace sentido o se refiere a un sentimiento compartido por una comunidad? No lo sé, pero toda la evidencia parece indicar que el sentido común se supone tiene que ver, principalmente, con la forma en que le damos sentido a lo que nos sucede, en un intento por responder de manera práctica a las situaciones de la vida diaria.
Curiosamente, una de las máximas modernas más contundentes de este sentido común, es considerar que el propósito de nuestras vidas es acumular la mayor cantidad de disfrute en el menor tiempo posible. Lo extraño—o paradójico, más bien—es que pocas cosas generan tanta angustia, agresión, prisa, ansiedad, aislamiento, depresión, confusión y conflicto en el mundo como esta obligación de gozar.
Hace poco, de camino a casa, me crucé con la lona promocional de un bar que anuncia lo siguiente: “Ven a beber y a disfrutar que la vida es breve.” Y claro, de entrada, de botepronto, hace sentido. Y ese es justamente el problema con el sentido común: como hace sentido rara vez lo cuestionamos.
Comoquiera, poco después de que hubiera pasado el efecto inicial del sentido común, fue posible algo de reflexión sobre la lona del bar y pensé: ¿entonces, bajo sus premisas, no sería la vida demasiado breve como para pasarla a toda velocidad adormeciendo los sentidos en un frenesí de hiperestimulación? ¿Que no es la vida demasiado corta para habitarla con prisa? ¿No es acaso demasiado fugaz como para abandonarse a la persecución constante de metas, devaluando cada instante del presente por no ser igual a ese objetivo ideal? Pero, lo que es más, ¿la vida es breve según quién o en relación a qué? Y ¿qué, apoco no todo este afán por medir, cuantificar, regular y comparar el tiempo, la vida y el disfrute les quita el chiste, el sabor?
En fin, puede que sólo sean chichis de hormigas, pero como dice un amigo mío, quien como es historiador considero tiene una noción clara del tiempo: “Perdamos el tiempo, que es de lo poco digno que aun podemos hacer”.
lunes, 23 de agosto de 2010
el efecto LOL
Pensemos, por ejemplo, en la tendencia de los videos “striptease caseros” en Youtube. Pareciese que hay una infinitud, con chavas (y -no tan chavas-como, la santísima madre de Lucerito) que se filman solas, en sus desarregladas habitaciones y despojándose de sus prendas, en una suerte de danza exótica contemporánea improvisada (en general al son de un reggaeton). Algo que de pronto salta a la vista (aparte de las tangas), es la cantidad de este tipo de videos webcam amateur que llevan por título o descripción alguna variante de: “I was bored. LOL.” (“Estaba aburrida. Qué risa me doy”).
¿No podríamos considerar que sea éste un gesto típico de una generación que ha encontrado un refugio -incómodo, por cierto- en la ambigüedad de la ironía? Es un modo de mantener el cool, cuando se pierde el cool (cosa que a veces, pero no siempre es bueno). Así se pueden evitar algunos de los riesgos que tomamos con nuestra imagen en la danza de la aceptación social, dando razones falsas pero convincentes (racionalizando), muy al estilo del clásico: “estaba borracho; no me acuerdo.” El argumento se escucharía un poco así: “Lo hice, sí, y es una tontería, pero lo sé, y como lo sé y entiendo, es como si no lo hubiese hecho yo. Es como si lo hubiese hecho otra persona de la que ahora incluso me burlo, lo cual me permite cierta superioridad moral ante mis propios actos.” Ya lo decía Nietzsche: Aquel que se desprecia a sí mismo, aún se admira como el despreciador.
Cuánto se vislumbra sobre nuestra cultura, en un gesto -en apariencia- tan insignificante. Podemos vincular este fenómeno, que llamaremos el Efecto LOL, a la popularización de la psicoterapia, en su afán por explicar toda conducta humana bajo sus dogmas. Hoy en día la jerga terapéutica se ha vuelto lugar común de cualquier tipo de conversación; no sólo hacemos uso ligero de palabras como “obsesión” o “represión”, sino que a la par hemos aprendido a racionalizar nuestros sentimientos y acciones (como si pudiesen o tuviesen que ser explicadas) por medio de fórmulas terapéuticas rápidas. Aprendimos a partirnos en dos, diagnosticando todo lo que nos sucede, como si pudiésemos ser, a la vez, paciente y doctor, juez y partícipe, table y dance.
No sé, puede que valga la pena reflexionar sobre estas cuestiones. De cualquier forma, si alguien llega a preguntar y percibimos que nuestras cavilaciones sobre los videostriptease caseros podrían comprometer nuestra aceptabilidad social, siempre podemos justificarlo recurriendo a un sencillo y bien entonado: “I was bored. LOL”.
sábado, 31 de julio de 2010
hacerse a un lado
domingo, 4 de julio de 2010
(i)lógicas de la vida amorosa
Los psicólogos pueden cantar misa sobre las distinciones categóricas entre el deseo, la dependencia, la obsesión y el amor; no hace falta ser cosmonauta para entenderlo, pero entre entender y entender hay todo un abismo imposible de atender. Por más complejas y sofisticadas que lleguen a ser nuestras estructuras conceptuales racionales, jamás podemos rendir cuentas de todo cuanto nos acontece. La experiencia en vivo del mal de amores y las explicaciones que tenemos para dicha vivencia sencillamente no empatan. Así como una persona y su nombre no son lo mismo. Por ello, un “te amo” no habla de lo mismo en un corazón que en otro. Esa comunicación en la que basamos nuestras relaciones se configura de idiomas disímiles, siempre asimétricos. Con ese juego de traducciones simultáneas y teléfonos descompuestos vamos sembrando las promesas de amor, en un campo minado por desentendidos, albures e interpretaciones. De entre todas estas confusiones acumuladas, donde se baten los afectos ennobleciendo el pecho algo emerge que se rehúsa a traducirse de modo alguno a la palabra: eso que llamamos amor.