viernes, 1 de octubre de 2010

sublime chasca (ya wey, en serio)


aquí va la versión original de este texto/contemplación sobre el humor, recién publicado en Marvin...


Se dice—por aquellos que dicen eso que se dice—que entre lo sublime y lo ridículo hay apenas una línea terriblemente fina. Lo sublime, si por la más leve variación o exageración, se muestra ridículo, como el exceso de honra en algún desfile; y lo ridículo, con su incomparable tino, deriva de pronto en lo más noble. Los géneros de producción cultural que incitan reacciones corporales, sean estas lágrimas, erecciones o risas, suelen considerarse como portadoras de menor mérito artístico, a diferencia de las sutilezas que pululan en los melodramones humanistas. Pero hagamos de lado este neoplatonismo de lonchería a cambio de aquella aristotélica obra inverificable a la que alude Umberto Eco (“el Beto”, y visualicémoslo pontificando al estilo del personaje de Plaza Sésamo) en su novela noir, El Nombre de la Rosa, donde la risa incita a la irreverencia, a la ruptura paradigmática, y a la certeza subversiva inadvertida, mostrándose con ello peligrosa y contagiosa.

Hay algo siempre ominoso en el humor, algo que raya entre la coincidencia y la contradicción, entre lo obvio y lo indescifrable, exponiendo una lógica implacable que nos compone y desbarata a la vez. Similar a cuando Dave Chappelle, en su homónimo Chappelle Show, personifica a un líder del Ku Kux Klan con dos características peculiares: es ciego y negro. ¿Acaso no nos constituyen tal tipo de contradicciones? En el caso de este personaje de Chappelle (quien meses más tarde acabaría hospedándose semivoluntariamente en un instituto psiquiátrico en África), arriba al siguiente extremo: cuando es enterado del color de su piel, abandona a su esposa definitivamente, siendo que ella es una amante de negros. Si algo intriga y reconforta bizarramente de un buen chiste es que nos permite vislumbrar cómo “nuestros” impulsos rebasan aquella noción de quienes creemos ser, develando, a su paso, las extrañas exageraciones y arbitrariedades lógicas de las cuales depende dicha identidad. Tal y como Borat y Bruno exhiben el trasfondo invisible que sostiene la lógica cultural americana como un inconsciente torpe, despótico, delicado, brutal. Así también, el humor, llega a desnudar el hecho de que estructuralmente nos constituyen aquellas cosas que re-negamos (dependemos tanto de lo que no somos para quesque-ser lo que somos), como el autoengaño y el masoquismo; ambos tan ferozmente expuestos por personajes como el que encarnaba Chris Farley en su acto como el entrevistador del Chris Farley Show, quien haciendo nerviosas preguntas estúpidas terminaba por golpearse a sí mismo en una suerte de demanda superegóica exacerbada insaciable. Curiosamente, Chris habría de morir de una pasón de morfina y coca, reiterando el frágil limbo entre lo cómico y lo trágico (entre lo cagado y lo culero).

En sus personajes, Farley, así como Rowan Atkinson con Mr. Bean o Blackadder, explicitan obscenamente una secreta necesidad de ser humillado y humillar. Es fascinante y perturbador el efecto de estos actos, ya que exponen el gran principio axiomático de nuestra cultura: la humillación: aquello que regula la conducta por medio de la amenaza diferida del repudio afectivo colectivo. Este protocolo insidioso y elusivamente sistémico, de pronto, en un buen chiste queda descubierto…y reímos. Esto es parte del terrible aura del comediante, quien en su desfachatez se vuelve inmune a la burla, adquiriendo superpoderes de ninja de la chasca. Imagina ir a cenar con Brozo y Will Ferrell, se ha de llegar a crear un ambiente espeso donde no hay cosa que puedas decir—o dejar de decir—que no se use como objeto de guasa; ¡o imagina lo sombrío que sería la situación si uno de ellos viniese deprimido! Así, a su vez, en los momentos más solemnes de una ceremonia luctuosa o en el climax de una melodiosa conmiseración romántica pop, ¿a poco no dan ganas de estallar en risa o darle un sape al sacerdote supremo en cuestión y decirle “ya wey, en serio”?

La corporalidad del humor hace de ello también un punto ciego, algo que se ingiere sin digestión. Falta asomarse a Twitter o asistir a una reunión para presenciar la asimilación y repetición de los modelos de humor de los Sitcoms (tipo Friends), con el uso de microsarcasmos autodegradantes y ostentaciones de lo rarito en nosotros. Así como se asimila el hiperalburismo de la picardía nacional como aquella obligación compulsiva a hablar sobre sexo para ventilar la angustia performativa (aclarando, de paso, que hablar sobre sexo y hablar desde la sexualidad no son para nada lo mismo). No es la risa, sino el ingenio lo que encontramos enlatado; ya no es humor, es fórmula: el chiste forzado para iniciar una conferencia sobre oncología, la irreparable diferencia entre la frescura dialéctica del joven Cantinflas y las reiteraciones moralinas de su madurez. Un ciclorama de pellizquitos ansiosos osando evitar en vez de asumir la condición humana.

La lógica del humor es extrema, o no hay risas; un juego de contrastes y contextos en un situacionismo debordado. Por ello, imaginemos las siguientes propuestas (con una invitación a proponer más opciones a esta lista): Mr. Bean bajo los efectos de algún menjurge psicodélico del Dr. Chunga como parte de algún evento artístico designado el título de Bicentenario; Ali G y Felix Guattari en un torneo slam de schizoanálisis, seguido de un documental sobre Robin Williams y la Chupitos como pareja tántrica del año; un videojuego de peleas callejeras con todos los personajes de la Carabina de Ambrosio (con edecanes, claro) vs. la tropa de Chiquilladas, con finales variables tipo Mortal Kombat; una temporada de Southpark dedicada a la política mexicana; un reality show con peleas de humillación a muerte entre Tina Fey y Jo Jo Jorge Falcón o Luís de Alba y Ricky Gervais, para iniciar un aprendizaje sobre los rigores de las lógicas culturales mundiales…En fin, puede que por hablar más sobre el humor que desde el humor acabé deambulando en un tonito solemne tedioso (de güeba, vamos), pero, como decía Bill Hicks, el cáustico comediante tejano, cuando se le pasaba la mano con su afilada crítica al gobierno de su país, mirando al público con esa rabia encandilada de payaso/genio les aseguraba (muy a fortuna de Polo Polo): “no se preocupen, ahorita les cuento chistes de pitos”.

1 comentario:

Marisol dijo...

Subrayaría que la comedia, como todos los géneros, está basada en paradigmas sicológicos y narrativos. Por supuesto que de ahí nacen todas las, por ejemplo, sitcoms. Igual que los arquetipos narrativos del cine o la literatura, es difícil descubrir el hilo negro y salir, por ejemplo otra vez, de la estructura del viaje del heroe (basada en mitología y por ende en filosofía) por lo que no sé si usaría eso de "fórmula". Claro que hay una fórmula. Es un tema inagotable, que bueno que lo abordaste.