Un breve recorrido por los paisajes del sensaporno nacional, acompañado de imágenes para un proyecto continuo con Luís Felipe Ortega...
Al delinear los indicadores del acoso sexual en los recientes carteles informativos en el metrobus, se introdujo, entre la exhibición de genitales y las fotos sin consentimiento, la noción de miradas lascivas. Aún no comprendo cómo se supone habrá de aislarse la mirada de los gestos que le acompañan. Digo, si alguien se quedase pasmado, absorto en su i-pod, o simplemente en la lela, pero con la mirada (ausente) dirigida a los senos de una co-pasajera, ¿no podría esto confundirse irremediablemente con una mirada lasciva? Para aclarar esto me viene a la mente el recuento que hizo una amiga sobre un viaje taxi. El conductor de dicho vehículo contaba con toda una variedad de espejos y espejitos colgados a distintos ángulos alrededor del espejo retrovisor, todos dirigidos, de un modo u otro, a las piernas y pechos de mi amiga. En un caso así no importa que tan ensayada fuese la cara de poker del taxista, podemos asumir, con poco riesgo al equivocarnos, que se tratan, en efecto, de miradas lascivas. Sí, claro, pero podríamos alegar que lo lascivo se atribuye por la instalación especular y no necesariamente por la mirada en sí.
Así, formular la carga una mirada como evidencia penal se torna sumamente difuso. Tan borroso como suelen ser las definiciones de la obscenidad (o para tal caso de la lasciva). Basta recordar aquella cándida definición que ofreció el Juez de la Suprema Corte de los EE.UU., Potter Stewart, en 1964 declarando sobre la obscenidad (en un filme francés) y su legislación: “...quizás jamás logre definirla del todo. Pero la reconozco cuando la veo.” Es curioso cuantas de nuestras convicciones y acuerdos se basan en puntos ciegos. Y puede que asignarle existencia intrínseca a la mirada venga con intenciones de atribuirle solidez al mundo que esta registra. Pero la mirada y su objeto se construyen en mutua dependencia, mutuamente cancelando, de paso, su posible existencia independiente. Por ende, lo que me parece un acertijo aún más inquebrantable es, si el taxista de los mil y un espejos fue extraído de alguna pornohistorieta mexicana, o si los personajes de estos comics son réplicas de tipos como este.
Tan a menudo como escucho alguna queja sobre la falta de lectura en México, suelo refutarlo recordando los tantos títulos publicados por editoriales como EJEA, Mango o Toukan (todos propiedad de la misma familia, por cierto...). Cada título no solo cuenta con tirajes próximos al millón de ejemplares a la semana, sino que cambia de manos unas 7 veces antes de usarse como papel de baño o para encender el boiler. Estas producciones culturales representan una gama de la literatura nacional fácilmente condenada y rara vez contemplada. Abordar estas historietas desde argumentos morales o sobre valores “culturales”, aparte de aburrido es obsoleto. Lo que sí es terrible es su modo de producción: las prácticas monopólicas de quienes se hinchan de ganancias, explotando a talentosos artistas quienes a pesar de la limitada fórmula comercial que deben seguir, ofrecen al lector más de lo que esperaba. En fin, lo que pienso más pertinente es indagar sobre las narrativas de estas historietas. Estas publicaciones no están por desaparecer, al contrario, representan una forma de encuadrar la realidad (una cosmovisión) que se multiplica y disemina con una facilidad apabullante. Más que nuestra indignación, habrían de recibir nuestra atención fresca.
Hablar de la historieta en México es una tarea no menos que enciclopédica, y para ello hay obras tremendas como Puros Cuentos, de Armando Bartra y Juan Manuel Aurroecoechea, o La vida de cuadritos del mismísimo Ríus. Así, en la borrosidad de las definiciones de la censura y los géneros literarios, hay una serie de historietas que no encajan del todo ni como pornografía ni fuera de ella. Son éstas las formas de la historieta de bolsillo mexicana que me interesa abordar; me refiero a aquellas bautizadas como Sensaporno por Luís Tovar, o como ghetto librettos por Dan Raeburn. Historietas que no caen dentro de las utópicas epopeyas de indios y weros del Libro vaquero o del cursi melodrama del Libro sentimental, pero que tampoco son explícitamente porno, mostrando genitales en sus representaciones coitales como El beso negro o Buenas y ponedoras; baso estas observaciones en aquellas historietas donde el siniestro sensacionalismo y la rampante vulgaridad compensan más allá del porno, creando una historia perversa. Me refiero en concreto a aquel tipo de historietas mejor ejemplificadas por Almas perversas.
¿A qué necesidad (o necedad) responden estas producciones? Ya sean aquellos dibujitos sádicos de Las torturas de San Erasmo o los grabados eróticos del Shunga japonés, desde tiempos inmemoriales (antes de la TV, es decir) se estimula el morbo por medio de secuencias de imágenes y palabras. Mientras que lo morboso se ancla en lo mórbido, aludiendo a la muerte en un intento vano por exorcizarla, la tragicomedia exalta la realidad en todo su efímero resplandor. Por ello, resulta también borroso decidir si los deseos crean al mercado o el mercado gesta los deseos; es decir, ¿apelan estas historietas, entre delirantes adulterios y frenéticos linchamientos, a una suerte de bajos instintos?, o ¿será que más bien tales “instintos” son solo una idea fechada que sirve para encubrir la perplejidad que implica vivir? Del trauma a la trama y de vuelta—o algo así.
Es peculiar el modo en que historietas como Almas perversas postulan un grado cero de la experiencia humana. Y cómo no iban a hacerlo si en el título llevan la penitencia: aquella “alma” tan atascada de pureza y esencialismo. En sus páginas se exhibe la suciedad de la sociedad, la miseria y su hermana mezquindad, la ingenuidad con todos sus sueños quebradizos. Pero sobre todas las cosas, presentan la crueldad como algo natural e inevitable (Así soy, ¿y qué?). En un remolino de “Vete a la tiznada” y “¿Qué sabes tú de mi perra vida?”, reafirman sin querer queriendo (como sucede todo lo que vale la pena indagar), un mundo de certezas sobre las motivaciones humanas: matar o morir, tranzar o ser tranzado: de que lloren en mi casa a que lloren en la tuya... Dejemos que este modelo de profundidad (sobre lo que en el fondo nos mueve) caiga por su propio peso, para situarnos ante las superficies de estas historietas. Así, sin la profunda interioridad del alma y la perversión, nos ubicamos ante aquel atemporal inconsciente que anuncia el psicoanálisis; inconsciente que no habita en lo más hondo de nosotros, sino que parece eludirnos, más bien, por su total obviedad. ¿Qué mejor superficie para paladear este inconsciente que lo que sí se lee en un país donde no se lee?
Llámese morbo o naturalismo, estas historietas divierten al seducir e informan al chaquetear, desglosando una visión holística de lo sórdido, donde se recorre un fractal de todas las esferas de la sociedad: regordetes presidentes municipales vendiendo ejidos para un club de golf, empresarios salivantes que se paran el cuello con taiboleras de gran corazón, vendidas por sus madres deprimidas a patrulleros gandallas que mutilan golfas vengativas... Todo en sincronía sinfónica de clasismo, racismo y los residuos libidinales del catolicismo, matizando los coros de sexismo al derecho y al revés, en un paisaje urbano texturizado por taxis y puestos de taxis. ¿Suena familiar? Y toda esta delicada coreografía se sucede entre “grietas y resbaladizas grietas” y “enormes trancas palpitantes”, un continuo deseo intrigoso instigado por prominentes chichis y nalgas empinadas. El trasfondo del deseo sexual que asedia nuestra cotidianeidad se pasea siempre en primer plano, donde las fantasías rondan la escena sin cesar. ¿Será esto una muestra explícita de lo que el doctor Freud sugería al pronunciar que el deseo es indestructible?
Pero más aun que sus entramados de deseos, lo que está en juego en Almas perversas es el mismísimo principio de realidad. En sus páginas el desencanto es la marca de un realismo donde lo sórdido parece, a ratos, ficción, y, en otros, fotoperiodismo. Su lógica es aquella exacerbación del reality show, de la explicitud acrecentada, sazonada por lo siniestro. En las tramas de estos comics lo grotesco permea todo, batiendo lo onírico y la realidad en un solo y carnavalesco desmadre diario. Es la misma lógica de las ciencias que juran que tratan lo Real y no con los símbolos de sus representaciones, es aquella literatura indentificada como realismo sucio donde se confunde lo sucio por lo Real, son los videos de peleas callejeras en youtube, las mil horas de entrevista al J.J., o aquella vez que canal 40 decidió transmitir videos mostrando las visitas conyugales de los reos en su noticiario. La proliferación de estas historietas está ligada a esta afición por la excacerbación. Pero en el caso del sensaporno, el realismo, más que sucio es histérico—amplificado y compulsivo. Y su sordidez, de vuelta, más que realista, es un factor de equalización; es decir, Almas perversas no discrimina: en sus páginas todos somos perversos. ¿Pero si todos somos perversos, entonces nadie es perverso?
No son hiper-realistas, sino más bien presentan una hiper-fidelidad para con la realidad, en tanto que ésta es siempre aumentada y volatilizada por nuestras distorsiones personales. Percibir es inevitablemente encuadrar, enfocando un aspecto de la vivencia a expensas de la borrosidad de otra cosa. Narrar, a su vez, es ineludiblemente armar una secuencia, hilando con saltos y asociaciones una sucesión de ocurrencias que parecen, a ratos, construir una continuidad. En pocas instancias es esto más claro que en los comics. La percepción, tan aturdida por el maremoto de damitas y gañanes hilvanando el drama de la vida, pinta a distintos grados de torpeza o sutileza nuestras experiencias, exagernado la cualidades de los fenómenos. Esto me encanta de Almas perversas: todo es tan desproporcionado como lo vivimos a diario: en vivo, en directo, personal y a todo color; un mundo donde sentir es siempre ambiguo y vivir es siempre exagerado (el universo es expresivo o no es). En estas historietas no hay neutralidad, todo es ultra e hiper; en sus secuencias hasta lo neutral es muy neutral. Dibujan un mundo de cualidades tan desbordantes como los adorables gluteos de las inocentes amazonas y colmilludas edecanes que pasean por sus páginas (lidiando con engendros salivantes que buscan arrimarles el camarón en el camión).
El grado de interés relacionado a cualquier trama suele tener relación directa al grado de morbo posible: intriga, sexo y muerte. Gracias al formidable grotesco que presenta el sensaporno se despliega, de pronto, lo peculiar que es la concepción común sobre qué merece nuestra atención en nuestros días. Esta curiosa idea sobre lo relevante y lo irrelevante deviene, me parece, de una concepción del espacio como una nada donde pasa un algo. Así, en Almas perversas, a menudo oímos frases que dicen siempre y nunca, todo y nada: “Ahora tendré todo y me divertiré como nunca”, “Nada podrá separarnos” o “¡Ustedes siempre me corrompen!”. Habría que recordar que sin el espacio entre cuadro y cuadro no hay sucesos. De tal modo que a ratos me pregunto ¿qué pasaría si ante la retirada de la mirada ávida, tanto de lo que hoy apantalla y fascina se viese obligado a reinventarse? ¿Qué tal si pasamos a los protagonistas de la noticia a la misma elipsis, a cambio de una apreciación del espacio mismo que permite su expresión?
En fin, fieles a su lógica, en estas historietas las tramas invariablemente se culminan de modo ambivalente: el crimen se resuelve, pero la víctima se enamora del violador; alguien acaba en el tambo, pero lo bailado ni diosito se lo quita. Las moralejas de Almas perversas son siempre un albur: llegan a su conclusión moral, pero no deja de ser agridulce y perturbadora, develando un extrañamiento primordial entre las líneas. Considerando que este será, en comparación, un texto que no se lee en un país donde sí se lee, de aquí a que se resuelva lo irresoluble, seguiré descansando la mirada lasciva entre las páginas del sensaporno nacional.
2 comentarios:
Esta estética de las pornohistorietas siempre me remite a los dibujos que hay en las paredes de los salones de belleza de barrio, como un ideal femenino a alcanzar en contraposición con una lectura que se supone masculina.
Ciertamente es más alarmante que indignante, sin duda son un abstracto de la realidad. Yo creo que al igual que las telenovelas, son porquerías bien preparadas para cautivar a masas. Es más fácil enfrascarte en esas historias que enfrentar la vida cotidiana ¿se puede culpar de querer olvidar la realidad por un momento?, el problema es que al final se termina olvidando que era por un momento y se puede llegar a personificar, pienso que al final sí terminamos siendo marionetas masivas. Creo que lo perverso lo tenemos todos, es como las células canceríjenas, todos estámos predispuestos a que algo lo detone,puede ser las circunstancias, pero sí es nuestra decisión usar o no la perversidad.
La vida sin duda es un exageración, lo impensable. Me gustó tu texto.
Esthela
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