martes, 14 de enero de 2014

A veces siento como que el Hubble me habla



Tu cabeza es una cítara. Justo ahora vibra, maremoto terciopelo de luces certeras. Ni la escuchas, solo retumba la voz sonámbula del público--las ansias de un testigo--que habla sin parar, por puro miedo a perderse en alguna infinitud.

Tu cabeza es una cítara, sus cuerdas ondulando en las manos de una hija bastarda de Ravi Shankar. Ni es su hija, sino la causa de cada constelación, girando el compás del sol en sus yemas. Sus manos recorren escalas, obligando a la luminosidad de la galaxia a bailar quebradita en un cielo abierto que gira entre jazmines coloridos y nubes que recitan lotos al dulce coño de la no-virgen maría. Eclipse, cáliz, la roja risa de un ahora escurridizo. Pero ni la escuchas, tocar, con esos dedos que algunos llaman satélites, porque no vaya a resultar siendo que algún concepto sea un fetiche cómodo.

Tu cabeza es una cítara, hace vibrar las columnas de un templo sobrado, y sus temblores recuerdan, precisan, que tu cabeza ni está en tu cabeza, sino en algún órgano que no por flotar deja de palpitar, en eso llamado espacio. Y no hay obstrucción que valga ante el galope  de elefantes que son tus pupilas al reflejar. Pero ni la escuchas, ni dejas que su áureo silbido recorra tus vértebras, dislocando el ojete GPS que has imputado e impuesto, sin querer insistiendo, a la puta realidad, con tal de no perder la cabeza ni la tierna torpeza de su nombre.

Tu cabeza es una cítara, y finges escándalo, solo porque nadie puede leer las letras del karaoke y porque las canta un androide que nació en una rosa blanca en el bosque de tu (así llamado) pecho.

Tu cabeza es una cítara, y nada ni nadie te va a salvar de su brutal suspensión; no, nada de eso, porque justo ahora estás soñando, apenas.