jueves, 15 de agosto de 2013
Los votos del bodhisattva (especulaciones torno a la liberación del DMT en el cerebro durante el proceso de muerte)
Thump taaahd tss
tum tum tss tpakk,
el break
beat
hace de las suyas, mientras
el tiempo casi
pide perdón. Pero
naaaaaah; no todavía. Algo se
me dijo entre sueños; qué jalada--entiendo--comoquiera
lo onírico persiste
y recurre
cada
noche, y
las dulzuras en corsé, coreando las groserías de un buda de gomitas,
gatilleando al trópico de aquello llamado cerebro, las
pantaletas, bocas, miradas moliendo el engranaje de supuestos, la
modulación exacta del bostezo.
Ni es cierto
que hablando se entiende
la gente. Ni porque el scratch caiga
en el cuarto beat. Hablándoles
me entiendo, acaso; entre injurias
voy pegando piezas. Digo
cada cual me ha otorgado una voz,
otro modo de contar-me,
(mi madre me meció mientras yo
sollozaba toda esa noche con la infección en los oídos)
relatar la historia de mis días,
(mi abuela--ahora sin memoria e insistiendo en que debe salir por cigarros--
me regaló esa primera libreta)
de mi tránsito,
(los mixtapes que en la secundaria le grabé a mis novias)
de mis tristes virtudes y voraces defectos,
(sí, he pagado, dinero que que he ganado escribiendo, por coger)
de mis afectos,
(me confesé con una vagabunda del otro lado de la tina),
de mis deseos--si acaso son míos, y no yo
el objeto de su juego--. Entre la cadencia
de sus ternuras y terrores he visto mi vida parpadear. Como foco
vacilando en falso
en el súper, en el pasillo de bebidas. Entre sus consuelos
y tiranías he ubicado que soy hombre,
solo un hombre, solo
el que ellas han hecho,
moldeado sin querer, con el
borde de sus lenguas, el tiroteo de las palabras y aspiraciones,
bajo el amanecer de incontables muecas, curveando
el pulso de mis apetitos
con la reverberación de algún bramido--con delay
sonidero, por
favorrrrrrrrrr--. Y si acaso
su ferocidad me ha llevado al escondite,
despabila, y sus lágrimas han cortado e infectado
años de mis años, el brío
de sus risas me acompaña, cuando ni lo pido
y son refugio de mi angustias--aquellas cuyo nombre
se me escapa--. Quizás
justo antes de morir, mis ojos se cierren
y no sé tú, pero
yo veré culos,
bailando
en tangas fluorescentes, perreando
bajo
un sol que huele a cerezas. Esos
culos
se sacuden y rebotan, y giran entre el delicado vaho del sudor-vida. Y
las caderas retumban con la brutal fuerza de un gozo
casi tan preciso como incontenible. Vida. Vida mía. Mi vida. Y
sonará, como flor en eclosión
despedazando a colores el sonsonete torpe del cálculo: la voz de Ella,
de Rihanna, de María
Magdalena, Billie, Nina, Celia, y Toña
la Negra y Olga, Delilah y Whitney
declamando que todo--y
cuando ellas dicen "todo" es que es TODO--es mentira. Y
si en ese instante la veo a ella--y sé que será ella, y que ella sabe que es ella, cuando digo ella,
aunque el vértigo la muerda los huesos con sus cuentos de Laura en América--; ella volteará su rostro,
dibujando una sonrisa con labial rosa piruja. Y
entonces, no habrá el sesgo de lo imposible. Solo
entonces, solo,
lo que dura la curva del labio de su amor. Y
de ser así, yo volveré a nacer, a condición
solo
de que lo haga inconfundiblemente, irrefutablemente convencido
de que se vive
solo una vez, y
que la muerte
es
definitiva, tanto
como es total.
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