De vez en vez, cambiando de canales en el televisor, acabo enajenado más tiempo del que imaginaba posible viendo persecuciones policiacas. No sé exactamente qué me provoca mirar estas grabaciones granuladas y aquel momento en que irrumpe la violencia en la pantalla, con la resistencia del conductor ante su arresto. Me impacta el momento en que el cuerpo del arrestado se rinde; la manera en que deja de ser propiedad de su propia autonomía. Así como tampoco entiendo esa mezcla de melancolía y sadismo que me mantiene viendo programas como Intervention o Sex Rehab, donde bajo el lente terapéutico se exhibe la banalidad del sufrimiento humano. Aunque con algo de discernimiento descubro que el tipo de morbo cambia según el contexto. En otras palabras, no es lo mismo —aunque llega a ser similar— el violento entumecimiento y desconcierto que palpo al ver Peleas callejeras 3 que la entretenida nausea que me brinca al oír al panel de American Idol ejercer su autoridad cultural por medio de la disposición que tienen los participantes a ser humillados. Pero eso sí, sin duda lo más insipidamente perverso sigue siendo el Teletón.
Comoquiera, ya sea la confesión de Charles Manson o las palabras sentidas del último rechazado de Project Runway, encuentro que el morbo conlleva entre sus componentes un elemento de confusión existencial y otro de fría incredulidad (ambas a primera instancia son sólo vértigo). Es como cuando en un funeral, te acercas a ver el cadáver en el féretro y podrías jurar que aun respira, sólo porque la muerte es de pronto inconcebible. Es el reflejo de un trauma innombrable donde nuestros prejuicios sobre el mundo y la vida parecen validarse. Resulta tan revelador ver la indiferencia bruta de la naturaleza y su causalidad en acción que hasta provoca extrañamiento. Invita a tantas dudas sobre la validez de las ideas y los planes hacia el futuro. A veces dan ganas de aventarse de paracaídas sin paracaídas y otras tantas de no salir de casa y quedarse viendo RealTV.
En lo personal un sitio donde encuentro acrecentado el placentero displacer del morbo son las telenovelas. Las veo y no lo creo y no puedo creer que las sigo viendo. Sus míticas tramas donde el bien y el mal luchan el derecho al poder o a la inocencia (o a un batidero raro de ambos), la constante tensión, la perpetua intriga molesta, la burda manipulación emotiva de la música de fondo y los caricaturescos personajes complotando y llorando en casas de lujo. De cierto modo son formidables, con su formulaico sentido de la tragedia, sus maquiavélicos soliloquios, una situación tensa tras otra, dando sostén a un morbo al borde de la indignación. Pero de fondo, para mí, su genialidad reside en que de pronto me confrontan con esa brutal indiferencia de la naturaleza, desmantelando la exagerada sensación importancia que me atribuyo. Así, me proponen que quizás esos grandes dilemas de mi vida son en realidad tan inconsecuentes y chafas como los de cualquier telenovela.
A ratos, eso creo que es el morbo: un impulso a poner la cosas en su justa dimensión, mezclado con los goces del chisme (ese modo de saber que se enreda y desenreda por igual). Es un estímulo a la memoria que recuerda nuestra propia falta de inmunidad ante el caos de la vida. Restituyendo así a cada imperfecto e impreciso instante del día con una dosis de gloria.
2 comentarios:
Las telenovelas son unas de las mas sublimes y armoniosas creaciones del mexicano.
Es un eficaz antidodo enajenante contra la enjaneacion misma.
La capacidad de asombro la hemos perdido y a la familiaridad le ofrecemos holocaustos.
Me gustó tu escrito.
gracias por tus comentarios... suenan como el principio de otro buen texto.
saludos!
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