Este texto apareció en el número anterior de Picnic, "Irresistibles"; debo añadir que lo publicaron todo en rosa flourescente, lo cual quedó increible...
aunque no baste
Quieren saber que ese cuerpo es suyo
y que aunque el aire lo toque
saber que es suyo
aunque no baste
saberlo
estar tan completamente seguros de que les pertenece
de que nada dentro de esa piel es ajeno a ellos
-Andrés Cisneros de la Cruz, Vitrina de los turbantes
Supongamos que vives (bueno, más bien, padeces) una intensa pero inexplicable atracción por Paulina Rubio. Todo esto muy a pesar tuyo y contrario a todas tus creencias personales, preferencias estéticas y el más lúdico de tus gustos. Y supongamos que esta atracción no es tan sólo una mera infatuación o un deslumbre mediático, sino que genuinamente y en cada poro de certeza de tu cuerpo, y en tu más profundo sentir, lo que te atañe es una irrefutable conexión eroticoespiritual. Así, cada que la miras o escuchas su voz, se produce en ti una incontenible plenitud y apertura hacia la vida; te causa una serie de revelaciones marcadas por excitación sexual, un enternecimiento inmanente, y una lucidez mística sin precedentes.
Ahora, supongamos también que tras un tiempo de esto, te enteraras personalmente de que en realidad la chica dorada es un robot. Ahora que sabes que Pau es un aparato diseñado en alguna bodega gubernamental, como parte de un programa de desarrollo industrial-militar en Alemania, entonces, ¿cambia lo que sientes por ella? Explica porqué.
Puede que ésta sea el tipo de pregunta que cada vez más personas se harán en torno a su elección de pareja. Ese mítico futuro lleno de androides, cyborgs y robots, que tan alucinante y lejano parecía cuando mirábamos a R2D2 en Star Wars o cuando azorados vimos Blade Runner por primera vez, ahora se nos presenta como una actualidad.
Al mirar el video promocional de Lisa, la mujer robótica, el futuro parece desdoblarse, abalanzándose sobre nuestra vida, dejando de ser futuro. Lisa, también conocida como La Mujer Perfecta es el más reciente producto de AI Robotics, una compañía dedicada, como su nombre lo esclarece, a diseñar y programar robots de inteligencia artificial. En su página (www.perfect-woman.com) vemos a Lisa moverse, saludarnos, parpadear, hablar e intentar seducirnos, tras lo cual prontamente se nos ofrece una hoja de pedido, donde podemos ya solicitar a una de estas androides en rubia, morena o pelirroja; en casual, formal o sexy.
Según explican los creadores de Lisa, ella cuenta con sensores de tacto, audio, y ópticos, por medio de los cuales puede reconocer y distinguir entre objetos, diferenciar personas, e incluso discernir el estado de ánimo de su propietario por medio del tono e inflexión de su voz. Ella no sólo se viste y enchufa a la pared para recargar su batería por cuenta propia, también cocina, va al super, juega videojuegos, hace chistes, aprende actividades, baila, te informa sobre el clima…Así mismo, con su IQ de 130, y acceso inalámbrico a la red integrado, ella puede informarse sobre temas nuevos y ponerse al corriente en otros tantos, acoplándose a tus intereses (o los de las visitas). Mientras te ofrece una bebida y un relajante masaje después del trabajo, podrán charlar sobre política, música, deportes, viajes, cine, etc.
Ah, y por si no era ya aparente, Lisa está programada en base a estudios con sexólogos expertos, para complacer a su dueño, y como dicen los programadores: nunca le duele la cabeza. Después del tipo de striptease que el propietario elija—o saltándose este preámbulo—podrán, experimentar mecánicos movimientos y jadeos, vaciando su orgasmo en algún contenedor receptáculo de Lisa, sin ansiedad alguna alrededor de si está fingiendo o no.
Ya algunos se estarán preguntando “¿Cuánto cuesta? ¿Me puedes repetir la dirección de la página web?”. Pero antes de adorar a Lisa y el tremendo servicio que puede brindar a tantas almas desamparadas, o de moralizarla como un artefacto diabólico que habrá de romper hartos corazones; antes de entablar en justificarla por los méritos educativos y terapéuticos que pueda tener—en especial en áreas antes relegadas a la prostitución…y en tiempos del SIDA—o de condenar al machismo por este tipo de objetivización de la mujer, ya que también hay versión para damas (aunque cabe recalcar que saldrá al mercado posteriormente); consideremos el lugar que busca ocupar. Lisa no es un Frankenstein de generación espontanea, sino un síntoma de la cultura del narcisismo; cultura que habitamos y nos habita, en/por la cual se osa desaparecer al otro por completo.
Antaño aquellas épocas de las muñecas inflables y su máxima expresión en las afamadas real dolls—muñecas de silicón, réplicas con impresionante semblanza de estrellas del mundo del entretenimiento (Pamela Anderson, Carmen Elektra, etc.). Ahora se pretende que el producto responda, que cubra la ausencia del otro—el solipsismo onanista—con un guión diseñado a la medida de la angustia del usuario. La ironía es que gracias a que la máquina pretende, el dueño también pretende. Y lo que pretende es no pretender.
Es esta lógica de la distancia, de un utópico sitio fuera del mundo: el café descafeinado, la azúcar sin azúcar, la cerveza sin alcohol, el sexo sin sexo: vivir la experiencia sin pagar el precio. Pero sin pagar el precio no se vive la experiencia—parte de la experiencia es el pago. Este precio lo paga la subjetividad, asumiendo y exponiendo esa radical vulnerabilidad que somos. Y es ahí, donde más se devela nuestra plasticidad, la maleabilidad de nuestra subjetividad, y la inevitable interpenetración que vivimos con el mundo, donde el empeño por la distancia y el control se acentúan.
La sexualidad humana es quizás donde más evidente sea la radical contingencia y permeabilidad que nos caracteriza. No por nada se ha osado una y otra vez hacer de este campo de la experiencia una ciencia—un saber—, o como lo plantea Foucault en su Historia de la Sexualidad, una scientia sexualis, en marcada diferencia a una ars erótica. Una y otra vez, en pos del saber, de la certeza, de poder controlar y predecir a eso otro que siempre ya por ello nos rebasa y sorprende, se busca ser a la vez juez y participe. Esta fantasía de disociación y poder, a pesar de su interés en no pagar, tiene un precio: la cancelación del otro: el delirio.
Normatividad total: “así se goza correctamente”, y el mandato obligatorio de “anda goza, goza, ¿qué te pasa?” Y para quien no goza como “dios manda”: un ansiolítico, un antidepresivo. Una terapia o una reivindicación. Así, la palabra relegada al dictamen y la verificación del diagnóstico y el remedio (producto farmacéutico). Ese otro con el que solíamos hablar y escuchar y empatizar y cachondear y amar: un artefacto. Uno desprovisto de contrariedades o de esa irreparable brecha que es la otredad, la diferencia.
Los progenitores de Lisa (Etienne Fresse y Yoichi Yamato) son nítidos (si no sórdidos) en su objetivo; no hay disimulo o encubrimiento, cito su página: “Lisa es un sustituto para una mujer real. Ella ha sido diseñada para todos los hombres que aun no encuentran a su alma gemela…” (http://www.perfect-woman.com/en/txt/compagnie.html). Por fin, ¿la mujer real o una idealizada no-relación: la media naranja, la solución a todo, un retorno al vientre materno? Comoquiera, aquí se anuncia el sitio que se busca ocupe Lisa: el de la mujer. ¿Y no es acaso la mujer quien nos presenta la otredad por excelencia, esa irreprochable y traumática diferencia que llamamos sexo?
Contemplemos brevemente cómo se vende a Lisa, qué demanda busca saciar. Es justamente en estas frases (es decir en sus antinomias) que se explicitan algunas de las más tajantes suposiciones que hay sobre la mujer. En su video promocional, aparece Lisa rubia en un vestido rojo, y con un trasfondo de música de lobby de hotel, se pasean cuatro frases clave por la pantalla: Ella es fiel, Ella es inteligente, Ella te entiende, Ella es tuya.
Ella es fiel: lo primero que pienso es en la más reciente versión cinemática de Stepford Wives (Frank Oz, 2004), con Nicole Kidman y Matthew Broderick. No hace falta ser un yogi con gran realización para entender que la conducta complaciente y fiel que tienen las damas para con sus resentidos maridos, no es más que un chip de computadora. Es decir que lo que les es fiel es un programa de su propio ahínco: no hay relación más que con un protocolo propio. La fidelidad implica una postura, una decisión subjetiva ética.
Ella es inteligente: ella es un código informático, y nada más. A Lisa no se le ocurre nada, sólo repite y sigue órdenes; supongo que a eso se refieren. Siguiendo por este argumento, Ella te entiende: Lisa procesa y computa información, pero no tiene una experiencia, archiva datos en su memoria mas no tiene una vivencia. Pasa que se nos da confundir un gesto por una experiencia, o para ponerlo de otra forma ¿por qué nos enternece Wall-E o el robo-dinosaurio Pleo? Porque sus gestos nos aluden a una emoción; pero para vivir una emoción hay que, de entrada, estar vivos. Lisa no comparte experiencia alguna con el usuario y por ello no es capaz de empatía. De nuevo: hace lo que digo cuando digo = me entiende. ¿Hmm?
Ella es tuya: ella es un producto, un bien, una mercancía. Mi horno de microondas no tiene sexo, sólo usos. Ella es tuya, pero no hay nadie ahí que te lo reconozca; se cae en esa trampa de la dialéctica del amo y el esclavo de Hegel, en la cual al amo no hay quien le reconozca, porque el reconocimiento de un esclavo no le vale. Cuando ella es ella, ella no es tuya; y cuando ella es tuya, ella no es ella.
3 comentarios:
Es muy interesante el artículo, aunque, la respuesta a los argumentos publicitarios son válidos e interesantes, creo que vivimos una era de los objetos. ¿Cuántos objetos no poseemos, que inclusive, valoramos más que a una persona?
Todos de alguna forma estamos incluidos en esa pregunta. Algo importante a reflexionar sería si podemos rodearnos de esos objetos y perder ese contacto y búsqueda con la otredad.
Saludos!
Lo primero que pensé fue... "Yo quiero una!" Algo para hacer el quehacer, complacer en todo al hombre y así las mujeres hacer lo que en su momento podamos desear. Ya no habrá remordimientos por realizaciones profesionales, espirituales o emocionales. Yo no quiero uno para mí. Pero esto de la separación de las emociones con la razón no es nuevo. Qué hay de las ciber-relaciones? Habrá quien estará interesado y sobre todo, habrá quien pueda pagarlas. La otra pregunta sería, alcanzará la raza humana a disfrutar de sus "ingeniosas" invenciones?
Gracias por sus comentarios:
En efecto, pienso que la cuestión (por así decirle), de la otredad, es ahora de tanta relevancia como siempre, si es que no más, por lo de los fármacos, que ahora osan mediar hasta la relación con nuestro registro de experiencia a través del capital. En cuanto a si hemos de disfrutar esta "ingeniosas" (¿angustiosas?) invenciones, hmmm, pues habrá que ver, particularmente ahora que parece ser que disfrutar es una obligación; una que ha de cumplirse a tiempo y en forma con el protocolo de estándares...
En fin. Un deleite ciber dialogar...
saludos,
F
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