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lunes, 21 de mayo de 2012

November Rain


Cuando pones una canción de Guns n’ Roses en alguna rocola, sabes que hará valer tus 3 pesos. Será una canción emotiva y satisfactoria para aquella adicción a la gloria que el Rock alivia. Además durará más de 5 minutos. ‘November Rain’ no es mi canción preferida de G’N’R’, es mi cuarta, después de ‘Estranged’, ‘Rocket Queen’ y ‘Welcome to the Jungle’. Comoquiera, es la mejor balada rock jamás compuesta. Si la lista oficial de Mejores Baladas Rock estuviera a mi cargo, pondría ‘Hey Jude’ de los Beatles en segundo lugar, y en tercero ‘Home Sweet Home’ de Mötley Crüe. El segundo y tercer lugar son disputables, incluso cambio de opinión al respecto con frecuencia; pero el primer lugar no lo es. La lista oficial de las 100 mejores baladas rock de digitaldreamdoor.com, por ejemplo, coloca a ‘November Rain’ en el sitio 35, justo debajo de ‘I don’t want to miss a thing’ de Aerosmith (sí como no), con ‘Imagine’ de John Lennon en primer lugar. No  niego que ‘Imagine’ sea una tremenda canción—profunda, sentida, memorable—, pero ‘November Rain’ es jefa.


Estimo que por demás de su formidable composición musical, esta canción perdurará, paradójicamente, a través de los tiempos por sus letras. La paradoja consiste en que es una canción sobre la naturaleza efímera de los fenómenos del mundo, particularmente el amor. El tema exotérico de la canción es una relación difícil. Y si hay alguien en el imaginario pop que resulta fácil suponer teniendo dificultades para relacionarse es Axl Rose, vocalista y compositor de la letra. Podría suponerse por el video, que ‘November Rain’ trata sobre la relación que Axl mantuvo con la modelo Stephanie Seymour; ella lo dejó tras un pleito legal donde lo acusó de golpearla y él de serle infiel. Hay otras versiones que sugieren que Rose trabajaba en esta canción ya desde 1983, unos 8 años antes de que saliera la canción como parte del multiplatino Use your illusion I. Comoquiera, llegado el momento, se la dedicó a Stephanie.

Ahora bien, el tema esotérico de la rola, entre violines, coristas, desgarradores solos de guitarra y el piano, es la impermanencia: el hecho irrefutable de cómo en este mundo todo cambia, nada perdura. De modo vívido y personal Axl relata el quiebre de una relación ante el peso de la realidad y el tiempo. Alude así a la “fría lluvia de noviembre” como metáfora para el desamor. Cual poeta romántico o monje taoísta, hace analogías a las estaciones para denotar el cambio de la épocas de la vida y las turbulencias de los sentimientos, que al igual que el clima no están bajo el control de nuestra voluntad. La canción da un lúcido recuento de lo que el pensamiento budista denomina las 3 marcas de la existencia; es decir, cualidades que en la existencia humana son inevitables: impermanencia, sufrimiento, ausencia de ego.


Suena complicado y rebuscado, pero es evidente. Sufrimiento se refiere a que nuestras vidas están marcadas por el sufrimiento: por perder lo que tenemos, por no saber qué hacer cuando obtenemos lo deseado, por intentar hacer durar lo que tenemos, por no obtener lo que queremos, etc. Impermanencia se refiere al modo en que todo fenómeno de este mundo cambia de forma y perece, cediendo paso a otras cosas. En cuanto a la ausencia de ego, sencillamente alude a que los fenómenos en este mundo (nosotros incluidos) no existen por sí mismos, sino siempre en dependencia con un sin fin de causas y condiciones. En este sentido ausencia de ego, es un modo de decir no-esencia: los fenómenos no tienen nada absolutamente propio, cohabitan en constante intercambio con todo lo demás. Tú, yo, Slash y Axl incluidos. En el caso de ‘November Rain’, vemos como se vinculan estas 3 marcas: Axl sufre porque no es un ente autosuficiente, depende de miles de factores para vivir o querer seguirlo haciendo, uno de estos factores es el afecto de los demás (o de las damas); a lo largo de la canción sufre por la separación con Stephanie y por el anhelo de volver --por los cambios que se viven en cualquier relación. Admito es bastante reductiva esta lectura, pero agregaré que si bien Axl sufre, lo hace con estilo. Y dadas las condiciones de este mundo, a veces es lo único que se puede hacer.


 “Nada dura para siempre/y ambos sabemos que los corazones pueden cambiar/es difícil sostener una vela en la fría lluvia de noviembre”, es la primera mención que hace la canción a su título. Deja claro el punto más obvio de la impermanencia: el perecer. El cese de algo que antes estaba ahí, en este caso un sentimiento de amor, y una visión de un futuro compartido. Pero precisemos, en los tratados budistas sobre la impermanencia, dividen a ésta en tres aspectos: surgir, estar, decaer. Una flor, por ejemplo: germina la semilla y surge como tal, aparece un determinado plazo de tiempo, para después declinar y expirarse. Pasa que en general nuestra percepción, al considerar la impermanencia, se enfoca en el declive. Pero claramente el surgir de algo es muestra también de la impermanencia, del constante cambio. Incluso cuando de la semilla surge el primer brote, implica que la semilla expira para que surja la planta; al igual que cuando surge la primera flor, sucede solo gracias al perecer de la forma anterior de la planta…

En su texto sobre La Transitoriedad, Sigmund Freud relata una cuestión similar. Pasea cerca de un río con un par de amigos, sobre la marcha comentan lo pasajero que es todo en este mundo. Uno de ellos, un poeta (claro), con melancolía y nostalgia, lamenta la belleza del mundo, ya que no puede asirse a ella. En su pesimismo, considera que la transitoriedad devalúa a la belleza, porque la hace dolorosa y engañosa. Freud, por su parte, duda del pesimismo del poeta, y aprovecha para desarrollar un poco más su teoría sobre el duelo. Así, resuelve dos cosas cruciales: 1) la naturaleza efímera de lo bello (las cosas o momentos), tan solo acentúa su valor y por ende nuestra apreciación; y 2) Freud concluye con una nota entusiasta ante lo inevitable, un modo de afrontar la condición del mundo con vitalidad —incluso frente a la terrible guerra que en esos momentos ya se extendía por Europa—, dice: Lo construiremos todo de nuevo, todo lo que la guerra ha destruido, y quizá sobre un fundamento más sólido y más duraderamente que antes.

Tal es la suerte de ‘November Rain’, que transita por la impermanencia, doliéndose por el perecer de un amor, para al final notar que esta transitoriedad significa que ese dolor y esa niebla también, como todo, llegarán a su fin. El caducar de una relación permite el surgir de otra, incluso con la misma persona. Axl arriba a la realización de que si nada dura para siempre, tampoco lo hará esa maldita lluvia de noviembre: “pero no te fijes en la oscuridad/aún podemos encontrar un camino/nada dura para siempre/ni siquiera la fría lluvia de noviembre”. Con esto la rola se vuelca sobre un solo de guitarra legendario (como los arma el maestro Slash), que de modo no-conceptual invoca la valentía del corazón para seguir a través de esa niebla, hacia el ámbito de lo posible.


De tal suerte, ‘November Rain’ me remite a aquellos Cantos que el yogui tibetano Milarepa vociferaba, para ofrecer a otros sus descubrimientos meditativos sobre la naturaleza de la realidad. En esta caso, la más grande balada de rock de todos los tiempos no se queda atrás: Es un réquiem contemporáneo, uno con el que sí me puedo relacionar, sin todos los términos obtusos del tibet feudal. Me quito el sombrero ante esta rolota de Guns ‘n’ Roses, aunque después la impermanencia, implacable, haya hecho de las suyas con el grupo y sus integrantes.



miércoles, 10 de febrero de 2010

imaginar la catástrofe

Este texto, publicado el pasado domingo en el Ángel, suplemento cultural del periódico El Reforma, elabora una contemplación torno a la impermanencia.




Un año anterior a su muerte, víctima de una sobredosis a los 21 años, Sid Vicious, aturdido bajista de los Sex Pistols, predijo su propia muerte. La trama de su vida era entonces un enmarañado caos, digna de una historieta tragicómica. Sus días transcurrían teñidos por la fama exprés que le otorgó el boom mediático del punk, los cuidados de una madre heroinómana de quien vendría aquella última dosis letal, y discusiones volátiles con su desquiciada novia Nancy, a la cual terminaría por asesinar meses antes de su propio fallecimiento. En el torbellino de estos vaivenes de la vida declaró: “Tengo este sentimiento de que moriré antes de llegar a ser viejo. No sé porqué. Sólo tengo este sentimiento”.

Haciendo a un lado el hecho de que no es muy detallada su predicción—no menciona dónde, cuándo, ni cómo—, resulta difícil no entrever un matiz irónico, amargamente irrisorio incluso, en tal decreto. Digo, si te arañas el cuerpo con botellas rotas gritando “No futuro” en tocadas donde el público te agrede como respuesta a tus gargajos, para poder pagar tu siguiente dosis de chiva que habrás de inyectarte con tu mortífera noviecita, no puede ser muy enserio que no tienes idea de dónde emerge una cierta intuición sobre tu ausencia de porvenir. Dadas las circunstancias no sería un secreto que probablemente se encuentre algo reducida tu expectativa de vida. Musicalmente hablando, Sid Vicious era un pésimo bajista; sin embargo, fue mucho mejor profeta que Nostradamus.

Los motivos para creer esto pueden variar, pero para enumerar sólo un par: Primero, Vicious, a diferencia de Nostradamus, se refería únicamente a su propio apocalipsis y no al de toda la humanidad, la flora, la fauna y la totalidad espacio sideral. Y con este despectivo y quizás banal gesto, Sid asume una responsabilidad existencial que Nostradamus parece eludir con delirante fervor. Por otro lado, contrario a Vicious, al esotérico vidente francés se le pinta como carente de siquiera una gota de sentido del humor en sus fantasías. Sin sentido del humor, dudo que se puedan hacer predicciones de ningún tipo.

Ahora que el hiperanunciado y ya mítico 2012 se aproxima. Toda una sobrecarga de conspiraciones estelares y/o humanoides se van acumulando en películas que narran el Fin de los tiempos. (Presagio, 2012, El Día después del mañana, Guerra de los mundos, La Suma de todos los miedos, El Día que la tierra se detuvo, por mencionar algunas). Ya sea que Nick Cage salve a la humanidad gracias a su insoportable clarividencia y carisma, o que John Cusack rescate a su familia de los efectos desastrosos de emisiones solares y del exitoso padrastro cirujano de tetas, invariablemente me quedo con la duda, ¿qué acaso no viene ya otra catástrofe en camino? Cabe hacer memoria de hace cuanto tiempo se viene anunciando el famoso apocalipsis. Los números se cambian, suman, multiplican e invierten, y las palabras proféticas se baten como si se tratase de un scrabble para adictos al ritalin. ¿Cuántas veces ya se hubiese tenido que aniquilar la tierra según los intérpretes de Nostradamus? Llevan más de dos mil años reiterando que está a punto de volar en pedazos, y aquí seguimos, ¿y luego qué?

Así, como cualquier buen cibernauta, cinéfilo o televidente contemporáneo, el ensayista francés George Bataille también se dedicaba con regularidad a contemplar imágenes perturbadoras. Dentro de lo que para él era un método de exploración mística, una de sus imágenes predilectas era una fotografía que tomó en Pekín un paisano suyo, Louis Carpeaux, en 1905. La imagen muestra un joven chino siendo pública y metódicamente desmembrado. Contemplar esta foto suscita una voraz gama intermitente de reacciones; se transita del vértigo aberrante que surge al ver el cuerpo destazado manando sangre, a una confusa euforia empática, al mirar el rostro del condenado, mirando hacia el fulgor del sol con un semblante rebosante…extático.

Pero sobre todo, incita una reflexión sobre ese inevitable devenir que depara la existencia humana: habremos de rendir esta forma conocida a la danza de los elementos como ofrenda imprevista, para ser desintegrados y digeridos tras la desgarradora plenitud de nuestras vidas.

Al mirar las imágenes del reciente terremoto en Haití, me encontré, de pronto, recordando el devastador temblor que arrasó a la Ciudad de México la mañana del 19 de septiembre de 1985. Observo las nebulosas de polvo tornear sobre las ruinas amontonadas de lo que alguna vez fuese el Hotel Regis. Ante las fotografías de los edificios derrumbados, se acentúa una nitidez en cuanto a la naturaleza efímera de todo fenómeno. En tan sólo un par de minutos, elaboradas estructuras enteras, cuya planeación y construcción tomaron años y los esfuerzos de miles de personas, cayeron sin previo aviso alguno. 2 minutos.



Dentro del budismo tibetano hay una tradición de elaborar mándalas de arena como representación de la experiencia viviente del universo. Los monjes llegan a dedicar semanas enteras enunciando oraciones, colocando los granos de arena con tremenda delicadeza y precisión, trazando el detallado diagrama simbólico del cosmos/mente. Apenas está completo, se realizan las ceremonias y exhibición, entonces, en un gesto característico del mismísimo Sid Vicious lo destruyen, así sin más.


¿Cómo responder a tal transitoriedad?, ¿amontonado bienes y teorías, para intentar tapizar la incertidumbre de verdades?, ¿coleccionando explicaciones escatológicas y desabridas pastillas ansiolíticas, como si fueran estampitas del mundial, para así negar el No futuro? O quizás, permitiendo que la angustia se exprese como apertura, así asumiendo la muerte como tal, saboreando y compartiendo el dulce filo de la apreciación da la vida misma. El sencillo y ominoso hecho de que ahora mismo registramos una experiencia. La muerte no es la catástrofe: la muerte es un hecho. La catástrofe es la clausura de la apreciación de este breve lapso de gracia que el azaroso diferir de la muerte permite.

2 minutos.